Traición.

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Ella no estaba segura del próximo paso que él iba a dar, pero daba por hecho que la fiera que la miraba amenazante podría saltar sobre su cuello en cualquier momento, por lo que estaba decidida a no bajar la vista ni concederle un solo momento de temor en sus ojos, porque en ese único instante ella estaría perdida; lo único que Lilia lamentaba era no poder hacer nada por el chico que amaba tanto, en caso que muriera esa noche.

Fue en ese segundo en el que su cerebro decidió desconectarse de su cuerpo y en tan solo el pequeño atisbo que lanzó a los jardines marchitos de la mansión, su mente regresó en el tiempo y con nostalgia pensó en los días de antaño que paso en ellos.

Ya no volverían jamás las tardes en las que tomó el té al lado de un risueño y canoso hombre que poseía más marcas de sonrisas que arrugas, tampoco podría volver a perder días enteros plantando hermosas flores en ellos para que siempre rebosaran de vida, ya no escucharía las suaves risas de Alik mientras arrastraba a Sorokiva con él a sus juegos entre los narcisos, no escucharía otra vez la dulce melodía que el omega le cantaba a su recién nacido cada vez que recorría las rosas y los geranios de Nikolai, ni tendría tampoco otra oportunidad de contemplar a aquel pequeño bebé que, queriendo imitar a los adultos, empezó a dar sus primeros pasos para alegría y gracia de los Plisetsky.

Ahora todas esas maravillosas experiencias estaban enterradas y marchitas en un pasado que jamás volvería junto con el que fue aquel hermoso jardín.

¿Cuándo cambió todo? ¿Desde la ausencia de Alik? ¿Con la muerte de Nikolai? La mujer estaba segura que, en realidad, las cosas no habían cambiado, simplemente siguieron su curso natural.

Aun así sentía como su corazón se deshacía en pequeños pedazos, le dolía no poder volver a ser felices, le dolía desterrar esos sentimientos de la misma forma en la que el señor de la casa lo había hecho.

Volvió a sonreír al recordar la increíble cantidad de veces que Yuri, su pequeño Yuri, la arrastró a los jardines para que jugaran al escondite, su juego favorito. ¿Cuántas veces Yuratchka la miró triunfante y orgulloso al encontrarla detrás de los rosales o los claveles? ¿En cuántas ocasiones más ella desafío al niño al esconderse en los lugares donde él no esperaba encontrarla? ¿Dónde quedaba su autosuficiencia al ver que el pequeño rubio jamás se daba por vencido aunque se tratara de un juego? La alfa pensaba con dolor en cada uno de esos momentos, pero ya nada sería como antes y debía aceptarlo.

—¡Lilia, Lilia! ¡Te encontré! ¡Lo hice otra vez! —eran las entusiastas palabras que Yuri le dedicaba cada vez que la encontraba.

—¡Muy bien, Yura! —Lilia siempre se agachó para besar las redondas y suaves mejillas de su pequeño niño—. ¡Me siento muy orgullosa de ti!

—¡Soy asombroso! ¿Verdad que sí, Lilia?

—¡Claro que sí! Dime, Yura, ¿cómo es que siempre me encuentras?

—¡Porque te conozco! —fue la sincera y altanera respuesta que Yuratchka le daba a la mujer que dejó de ser su nana, para volverse casi su madre.

Cuando Alik abandonó sus vidas, Lilia tomó la responsabilidad casi total del pequeño gatito, tratando de llenar y compensar en algo el vacío que quedó en el niño al perder a su madre.

Había pasado noches enteras, y durante meses, durmiendo con Yuri, le había enseñado a sentarse correctamente a la mesa, a ser encantador y educado, a leer y escribir, a sonreír de nuevo con sinceridad y a dar todo por los suyos. Incluso le había dado uno que otro consejo amoroso cuando el rubio se negó a hablar de ello -por miedo o vergüenza- con Nikolai.

Aún podía recordar bastante bien la sensación de las pequeñas manos frías del niño de cuatro años buscando su rostro por las noches para asegurarse que estaba ahí, a su lado; también seguían en su memoria las sacudidas del pequeño cuerpo del huérfano en un silencioso llanto, así como el dulce tarareo que ella repetía como un mantra mientras lo abrazaba y pegaba a su pecho, del lado de su corazón para que no olvidara la sensación de tener a su madre aunque Alik ya no estaba con ellos.

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