Dolor

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Los movimientos del delgado moreno eran observados atentamente por un par de ojos duros y cristalinos. Yuri miraba desde la ventana de su despacho al omega ocuparse de los jardines junto a uno de los empleados del lugar; sonreía amablemente al momento de acomodar su lentes de montura azul que resbalaban por su nariz y al parecer su acto era contagioso, pues el beta que lo acompañaba le devolvía el gesto.

Yuri podía ver y escuchar con frecuencia que el omega era muy amable con todos los empleados y moradores de la mansión, con todos menos con él. En su presencia, Yuuri estaba nervioso y ansioso, evitaba hablar más de lo necesario y no lo miraba a los ojos a menos que se lo ordenara.

Incluso había visto a Beka y a Yuuri hablando con tranquilidad en la cocina mientras el omega le preparaba a su amigo un café después de un largo día de lluvia, en el cual el frío calaba los huesos. Una extraña sensación se coló en su mente cuando vio que el chico le sonreía al alfa kazajo mientras liberaba un suave y reconfortante aroma, en definitiva no le gustó aquella atención que no era para él.

Yuuri se levantó y se sacudió la tierra, parecía ir a otra sección del jardín seguido del beta que lo miraba embelesado.

-Llama al omega -le dijo a Seung. El alfa obedeció sin decir más.

Pocos minutos después, el moreno apareció caminando atrás de Seung, lucía nervioso y su mirada la mantenía en sus manos. Qué molesto, pensó Yuri.

-Sígueme -ordenó al pequeño moreno. Yuuri obedeció sin más.

Salieron del despacho y caminaron por el largo pasillo hasta las escaleras que conducían al segundo piso de la mansión. Siguieron hasta la última puerta del largo corredor donde se apreciaban cuatro puertas más y algunos cuadros y flores muy bonitos, Yuri entró como si nada a la habitación del omega y espero que el moreno lo siguiera.

La habitación de Yuuri era tan grande como la de su amo, sólo que sin duda era más sencilla. Bajo la gran ventaja que iluminaba el lugar, estaba la cama del omega, a cada lado de ella había pequeñas cajoneras de la misma madera oscura de la que estaba hecha la base de la cama. Frente a la misma, un modesto sillón dónde descansaba la pijama de Yuuri y una manta color crema junto a un libro, “Los ojos del perro siberiano” era el título que el alfa leyó en la portada.

También formaba parte de la decoración un diván junto a la ventana con vista a los jardines traseros y un pequeño balcón, había unas grandes macetas con flores de lavanda que perfumaban el lugar, dos libreros blancos y nada más. El piso de mármol negro era cubierto casi en su mayoría por una elegante alfombra.

En la habitación de Yuuri había un gran baño con jacuzzi y junto a éste, un gran vestidor lleno totalmente de ropa, zapatos y accesorios. Yuuri no fue quién lleno de esa forma el vestidor, él se conformaba con la ropa suficiente para vestirse una semana y dos pares de zapatos, pero fue el temperamental alfa rubio quién un día llego llegó con docenas de ropa para llenar el lugar ridículamente grande. De vez en cuando Yuri arrastraba al omega a las más prestigiosas tiendas de ropa, para cambiar el guardarropa del omega.

Yuuri no dejaba que aquel acto lo emocionara, después de todo era justo como Otabek decía: ya que le pertenecía a Yuri Plisetsky, debía mostrar cierto grado de decoro, si alguien lo veía vestir tan casualmente de alguna forma estaría juzgando al alfa.

El omega entró a su habitación detrás del alto alfa y espero a que le diera alguna orden. Yuri -o Yura para Lilia y algunos de los empleados más cercanos- revisaba sin la menor preocupación la ropa de Yuuri; por un rato ambos permanecieron en silencio, el rubio concentrado en su inspección y el moreno cantando mentalmente una canción de su infancia, mientras contemplaba el paisaje del balcón.

¿Quién eres? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora