CAPÍTULO 12 + 1 "Una tormenta llamada Derek"

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--Dylan--

Desperté sobresaltado, con la boca pastosa y con un tremendo y lacerante dolor de cabeza. Me había quedado dormido en el Cheslóng, boca abajo y espatarrado como una repugnante garrapata, vestido y con la camisa asquerosamente babeada.

Me senté y estiré los brazos, escuchando como crujían mis atrofiados huesos y mirando con la vista desenfocada, hacía el reloj de cristal de murano que descansaba sobre el mueble de color blanco que estaba junto al sofá. Las 7:45 de la tarde ¡Joder! Al menos había dormido doce horas.

Me levanté dirigiéndome hacia la cocina, buscando entre los cajones, una pastilla para el fuerte dolor. En el tercer cajón las encontré, eran bastante fuertes, expedidas por el médico de Alessia que padecía de intensas y terribles migrañas, por eso precisamente tenía capsulas regadas por toda la casa, para cuando le entraban los ataques, tener a mano la medicación.

Por la hora que era, me suponía que estaba a punto de llegar del taller donde trabajaba, haciendo los ramos para novia y arreglos para los eventos, por la cual era muy solicitada. Era muy buena en su trabajo.

Dejé el vaso en el fregadero después de haberme tomado la pequeña píldora de color verde, para caminar hacia el baño arrastrando los pies, me sentía como si me hubiesen dado una paliza o como si me hubieran metido todo mi cuerpo en la lavadora y haberme centrifugado en el programa más largo.

Entré en el único baño del apartamento que compartía con Alessia. Comencé a desnudarme, tirando la ropa interior en el cesto de la ropa sucia, abrí el grifo para que comenzara a correr el agua. La puse todo lo caliente que se podía permitir, hasta que el grifo no podía girar más, y esperé en el rincón de la ducha hasta que el agua saliera a la temperatura adecuada.

 Algunas gotas de agua fría me salpicó calándome hasta los huesos. Pasados unos segundos me metí bajo el chorro. El agua consiguió relajar todos y cada unos de mis músculos que tenía contraídos debido al estrés.

Conseguí desconéctarme por unos minutos de la realidad, sentí como gruesas lagrimas corrían por mi rostro, sollozando como un niño, dejándome caer de rodillas en el blanco y resbaladizo suelo, mientras el agua seguía cayendo sobre mi, arrastrando la frustración, el desconsuelo la rabia y el dolor por el agujero del desagüe.

No sé cuánto tiempo estuve así, solo sé que me levanté cuando dejaron de salir las lágrimas, prometiéndo y jurando no volver a llorar más por él.

Escuché un ruido procedente de mi habitación haciendo que me sobresaltará, y salí de la ducha enrollándome una toalla a la cintura, maldiciendo mentalmente por hacer que me conectará de nuevo con la realidad.—¿Que mierda...?—murmuré entrando en mi habitación.

— Soy yo tapón—. Alessia estaba sentada en el borde de mi cama, quitándose los altos zapatos de tacón mientras se masajeaba los pies.

--Él está aquí Dylan—dijo, sin ni siquiera mirarme con el ceño fruncido, mientras seguía apretando sus pequeños dedos atusándoselos, a la vez que buscaba mis zapatillas por debajo de mi cama, donde ella sabía que yo las solía poner, las encontró y se las puso. No sé porqué, pero tenía esa costumbre de ponerse mis zapatillas que le quedaban como un guante ya que teníamos el mismo número de calzado.

—A... ¿Aquí? ¿en donde? ¿aquí, aquí?—balbucí patéticamente preguntando nervioso y señalando con mis dos manos el suelo de la habitación, mientras intentaba ponerme con torpeza los bóxer blancos, una acción bastante difícil porque lo estaba haciendo sin haberme quitado la toalla, dando traspiés por toda la habitación con saltitos ridículos.

— Sabia que estabas loco por él, pero no que eras tan romántico—determinó Alessia con una risilla triste rodando los ojos con una mueca burlesca—. Pareces un algodón de azúcar andante, ¡uno rosa y bien grande!

LOS QUIEBROS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora