--PARTE PRIMERA---Hacía calor, mucha calor, asfixiante y pegajosa a pesar que era bien entrada la noche. Después de haber estado varios meses en la fría y lluviosa Inglaterra, el cambio de temperatura fue brutal. Mi cuerpo se sintió casi a punto del desmayo.
Luego de haber viajado en mi avión privado durante casi tres horas, acompañado de mi amigo y Coporégime Lucas, mi secretaria personal Nadiuska y doce de mis mejores soldados sicilianos, estábamos a punto de aterrizar en la ciudad de Jerez de la Frontera, donde se encontraba el único aeropuerto de la provincia de Cádiz.
Miré por la pequeña ventanilla admirando los pequeños puntos luminosos y brillantes. Luces de lo que preveía que era una pequeña ciudad. Nunca había estado en el sur de España sólo en Barcelona y Madrid, una sola vez y por negocios. Fue una visita rápida hace ya algunos años, pero nunca en ese punto caliente tan cercano al continente africano.
—Lucas, tráeme agua con mucho hielo ¡Joder! Estoy a punto de deshidratarme—protesté dejando de mirar por la angosta ventanilla y girándome hacia mi amigo. Pude observar que él no estaba mejor que yo, reparando en cómo chorros de sudor resbalaban por su frente. Resoplaba como si le faltara el aire, moviéndose incomodo y sudoroso en el asiento justo al otro lado del pasillo, pero sin dejar de teclear en su ordenador personal.
Levanté la mano y apagué la luz de arriba ajustando por enésima vez el aire helado para que soplara sobre mí. Maldecí interiormente porque no salía el suficiente frío como para sentirme a gusto y cerré los ojos un momento para tragarme la llamarada de enojo.
—Solo a ti se te podía ocurrir venir al puñetero culo de Europa en pleno agosto—bufó iracundo e irritado mi jefe de seguridad mientras se levantaba dirigiéndose al bien provisto bar del Jet privado, abriendo el pequeño frigorífico y cogiendo dos botellas de agua helada que vertió en dos largos vasos.
La mirada dura y fría que le regalé cuando me acercó la refrescante bebida, hizo que no continuara con sus recriminaciones, optando por sentarse con el ceño fruncido y cabizbajo mientras yo bebía el agua con avidez.
Él sabía como desaprobaba esa clase de confianzas cuando no estábamos solos. En privado eramos sólo dos buenos amigos, delante de mis hombres y para el resto del mundo yo era el Capo y él mi subalterno. El respeto era uno de los principales mandamientos de la mafia. Todos los que pertenecíamos a la organización teníamos un código de honor. Un código que se regia por Diez mandamientos que jurábamos con nuestra sangre y defendiamos con nuestra vida y el que lo incumpliera era meticulosamente "Desaparecido".
Repasé mentalmente con un escalofrío los Diez mandamientos que me habían grabado en mi cabeza desde niño:
1-Prohibido prestar dinero directamente a un amigo. Si era necesario, había que hacerlo a través de una tercera persona.
2- No desearás a la mujer del prójimo.
3- Prohibida cualquier tipo de relación con la policía.
4- prohibido tener relaciones sexuales hombre con hombre. No existe respeto hacia un capo homosexual, por consiguiente; no podrá discutir ni oficiar un negocio de la Cosa Nostra. Un mafioso italiano y a la vez gay, era incompatible con las normas de la organización y por ello será repudiado y sentenciado con la muerte del pecador y todos sus familiares.
5- Estar disponible en cualquier momento, incluso si la mujer está a punto de parir.
6- Una puntualidad y respeto de manera categórica.
7- Respeto a la esposa.
8- Decir la verdad a cualquier pregunta y en cualquier situación.
9- A pesar de que se puede matar, extorsionar y traficar, nunca se podrá robar el dinero a otras personas o a miembros de otras familias.
10- Este mandamiento contiene las normas que debe cumplir una persona para poder ser uno de los "amigos de los amigos". No podrá tener ningún familiar en la policía, haber traicionado sentimentalmente a su mujer o carecer de valores éticos y morales.
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LOS QUIEBROS DEL CORAZÓN
Romance-¡Ojalá me alcance la vida para dejar de amarte¡-grite, con la angustia fluyendo en forma de lágrimas. El me miró con espanto, al escupir mis sentimientos de forma tan dañina. -- ¡ Que... Que dices¡-- susurró mirándome con sus profundos ojos verde...