--Derek--
Sentí mi mano arder, la miré meticulosamente detallando los daños friamente. Vi la sangre resbalando entre mis nudillos, lo más seguro es que los tuviera rotos, dos de los dedos estaban hinchados y violáceos, intenté moverlos pero estaban rígidos y dolía como el infierno. Si definitivamente me los había fracturados. Rotura del boxeador como se llama comúnmente.
Jamás había tenido una rotura de huesos en mis dedos, ni siquiera boxeando, siempre tenía un especial cuidado en ello.
Solté una risa irónica, dos huesos rotos de la mano por esa "mierdecilla de medio pelo". No podía comprender como es que una persona tan pequeña pudiera significar algo tan inmenso como para ocasionarme que me sintiera tan rabioso y fuera de mí, que llegara hasta el punto de hacerme salir de mi acostumbrada y perfecionada aptitud fría e impersonal.
Lucas me miró mientras hablaba por el móvil, bajando su mirada hacia mi mano con una clara preocupación en sus ojos. Le hice una señal patente de que no era nada y que hablaríamos mañana.
Salí de la terraza para dirigirme a mi dormitorio cruzando el salón. Antes me paré en el bar para coger otra botella con la mano sin fracturar, ni siquiera miré de que marca era, sólo me cercioré que tuviera muchos grados de alcohol.
Mis pasos sonaban huecos y vacios por todo el pasillo, creando ecos tristes y confusos entre las blancas paredes como reclamando a gritos el desasosiego y la pesadez de mis piernas, ya fuera por el alcohol o por la sensación de impotencia que me abrumaba.
Entré en el espacioso dormitorio decorado con colores cremas y dorados y como siempre, un toque rojo en las sabanas de la cama, que como regla general, me gustaba rodearme de esa tonalidad. Me obsesionaba ese color.
Olfateé el agradable aroma a limón, me gustaba el olor a cítricos, me recordaba a Dylan. Ese fue el motivo que me llamó la atención del pequeño tapón la primera vez que lo vi en la universidad, el dulce e intenso olor que emanaba su delgado y liviano cuerpo.
El escualido chico pasó justo a mi lado caminando tranquilo, rozando brevemente mi hombro impregnando el limpio y fragante aroma en mi camiseta, la cual no se le fue el olor en varios días, para entrar en una de las dos grandes bibliotecas de la que disponía la histórica y decana universidad Degli studi de Palermo.
Él hablaba muy concentrado y atento con una alta y hermosa chica rubia, que después supe que era Alessia. Recuerdo que sonreí por la diferencia de alturas entre los dos.
Él ni siquiera me vio pero yo a él sí, aunque para ser sincero más bien lo inhalé, lo absorbí, intentando retener en mi nariz la cítrica fragancia y sin tan siquiera pensarlo le seguí, viendo como se despedia de su amiga con dos besos.
Dejando su mochila en el suelo se acomodó en una de las numerosas mesas de estudio, cogiendo uno de los libros que había en la polvorientas estanterias disponiendose a leer. Me senté junto a él y le hablé...
ESTÁS LEYENDO
LOS QUIEBROS DEL CORAZÓN
Roman d'amour-¡Ojalá me alcance la vida para dejar de amarte¡-grite, con la angustia fluyendo en forma de lágrimas. El me miró con espanto, al escupir mis sentimientos de forma tan dañina. -- ¡ Que... Que dices¡-- susurró mirándome con sus profundos ojos verde...