CAPÍTULO ESPECIAL DYLAN

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*TAN SÓLO, UNA NOCHE DE LUJURIA*


---Parte final--- " El asesino de corazones"


--DYLAN---


Nuestras miradas se conectaron y solo pude pensar en cuanto lo amaba, en como lo extrañaba aunque lo tuviese a solo unos pasos de mi. Lo quería para mí, lo necesitaba, mi cuerpo lo exigía, me demandaba tenerlo, me pedía a gritos fundirlo conmigo, que fuéramos un solo ser.

Dolía, mi piel sufria, podía sentir el dolor físico, no sólo el mental. ¿Puede el amor doler físicamente? ¿Se puede sentir como las entrañas se retuercen de angustia por amor? ¿Puede una mirada, un gesto, una palabra, hacer que tu cuerpo vibre y se retuerza hasta llegar a doler?

Yo sentí ese dolor, la imperiosa necesidad de tocarlo, como si mis manos quisieran buscarlo sin que mi cerebro le mandara la orden, como si ellas tuviesen vida propia. Ellas solo querían acariciarlo, enredar sus dedos y cobijarse en sus preciosos rizos, arrullar el perfecto ovalo de su rostro, rozar sus parpados adulando con vehemencia sus largas pestañas, coquetear con sus carnosos labios, jugar con ellos, delinearlos en una manoseo sin fin hasta robarle una sonrisa. Y eso que mis manos anhelaban, también lo quería cada parte de mí, y juro que no era sólo sexo, eran las tremendas ganas de meterle todo mi amor dentro de él.

¡Dios! no me bastaba sólo su cuerpo, lo quería todo de él, de mi amigo.

Necesitaba el aire que respiraba, sus charlas amenas e irónicas cuando hablábamos por teléfono, quería sus dedos acariciando distraído su mandíbula cuando estaba tenso, el rictus de su boca cuando se enfadaba, el mohín de sus labios cuando algo no salía como él quería, la forma en cómo su cuerpo se inclinaba posesivo cuando codiciaba algo, el olor de sus cabellos cuando alguna que otra vez, se duchaba en mi apartamento impregnando todo mi hogar con su esencia. Esas pequeñas cosas cotidianas, que le hacían ser el perfecto hombre que yo veía. Aquel soberbio y único ser, que estaba en frente de mí, encumbrado y admirablemente desnudo, acariciando con descaro, la intimidad de su entrepierna mientras me masticaba con la mirada, despedazándome.

Una gota de lluvia se adhirió a una de las pequeñas puntas chocolate de sus pezones, y tuve que medir toda mi fuerza de voluntad, para luchar contra la vehemente e imperiosa necesidad, de empinarme y lamerla con la lengua.

Mordí mi labio inferior, mientras por fin inclinó su cabeza, lo suficiente para llegar a mi boca, y en una rápida maniobra, casi imperceptible al ojo humano, dominó mi boca y mis dientes, con su larga y serpenteante lengua. Me la succionó, chupó y padaleó. Mis huesos se volvieron polvo por el puro y suculento deseo que me recorrió la epidermis.

Me apasionó como me comió la boca, tanto, que no sé ni donde se encontraban mis manos, ni siquiera donde me encontraba yo, completamente perdido en su caricia

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Me apasionó como me comió la boca, tanto, que no sé ni donde se encontraban mis manos, ni siquiera donde me encontraba yo, completamente perdido en su caricia. Mi cuerpo consumido, mis labios en carne viva tan hinchados que dolían, pero a pesar de todo quería más.

LOS QUIEBROS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora