CAPÍTULO 40 "...Una imagen vale más que mil palabras"

758 44 22
                                    

2º PARTE

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

2º PARTE

La enorme, espaciosa e iluminada habitación parecía sacada de los cuentos de las mil y una noche.

El cuentista y traductor Abu Abd-Allah Muhammad, no se imaginaria allá por el siglo nueve después de Cristo, que alguien muy loco y con mucha imaginación, podría clavar tan escandalosamente y con tanta exactitud, una escena de las fantásticas recopilaciones de cuentos persas tan influyentes en oriente medio, muchos siglos después.

La sala era impresionante, calculé más de cien metros cuadrados y en donde todas y cada una de sus paredes, de arriba abajo, estaban tapizadas con gruesas alfombras persas de aspecto macizo, hechas con el mismo material empleado para las alfombras que cubrían todo el suelo, y colgadas de ellas, por toda la habitación, cuadros que a mi parecer parecían muy valiosos. Todos esos cuadros tenían algo en común, escenas muy vivas y coloridas de personas practicando sexo, en posturas inimaginables mientras fumaban opio.

La particularidad de la inmensa cámara, era su forma pentagonal. Toda la pared sur del pentágono estaba formada por un inmenso espejo, donde se difundían con total calidad toda la descomunal habitación, haciendo que la perspectiva fuera más grandiosa.

El techo en forma de bóveda que parecía de encina casi negra, era sumamente alto, como de unos siete metros de altura y tenia adornos arabescos de lo más fantástico y elaborados, dando a todo un aspecto místico. En el fondo de la bóveda justo en el centro, se hallaba suspendida de una sola cadena de oro de largos anillos, una colosal lámpara del mismo metal en forma de incensario, con intrincados calados que parecían correr y enroscarse caprichosamente con la viveza de una serpiente, y que daban fulgores vesiculares, a las raras otomanas y candelabros de forma oriental, que ocupaban diferentes sitios de la inmensa estancia.

Me llamó la atención los divanes en forma de lecho de estilo árabe. Divanes bajos, casi al ras del suelo, esculpidos en madera de lo que parecía ébano macizo y sobrepuesto de un dosel que se parecía a esas horteras camas nupciales, de las propagandas de algunos hoteles. En conjunto, la decoración era una belleza exótica, rara e intemporal que daba un ambiente extraño pero morboso, junto con las antigüedades, las sedas y los brocados que la rodeaban.

Pero lo que más me llamó la atención, es que en cada uno de los ángulos de la colosal cámara, se elevaban una especie de potros sexuales. Esos sofás tántrico o sillones sexuales, que se emplean para experimentar ciertas posiciones del kamasutra para ampliar el abanico de posturas, y en donde en unos de ellos, una mujer rubia completamente desnuda, con enormes tetas y pezones sonrosados, cabalgaba desaforadamente sobre el sexo de un enorme y sudoroso mulato, emitiendo estridentes gritos de placer mientras tres hombres de mediana edad se pajeaban alrededor de ella consumidos por el placer.

¡Joder!

No pude por menos que advertir, una creciente excitación en mi polla que se removió inquieta en mis pantalones, dudando por momentos si seguir embelesado mirando la pornográfica escena o seguir curioseando la decoración de tan raro pero bello lugar.

LOS QUIEBROS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora