CAPÍTULO 14 "Arrepentimiento"

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Dylan


La música insistente repiqueteaba una y otra vez en mi cabeza, no sé de donde provenía, pero lo hacía con insistencia, escuché un gruñido pesado que hizo despertar mi cerebro anestesiado por sus caricias,  abriendo los ojos lentamente, volviendo a la realidad. De forma inevitable el salón comenzó a llenarse pausadamente del olor de la angustia y el arrepentimiento.

Un sentimiento que provenía de mí, porque el peor arrepentimiento que podemos tener, no es por las cosas equivocadas que hicimos, si no, por las cosas que hacemos por las personas equivocadas y con total seguridad mi amigo Derek era la persona equivocada.

 En esos instantes recordé una frase que decía mi abuelo; "Dicen que en la vida todos tenemos un secreto inconfesable, un arrepentimiento irreversible, un sueño inalcanzable y un amor inolvidable". ¡Cuánto deseé que él estuviera todavía aquí conmigo!, el sabría que consejo darme. ¡Dios! cuánto lo echaba de menos.

El maldito boxeador ajeno a la aflicción y remordimientos que me atenazaban en esos momentos, me abrazó, abarcando mi cintura sin dejar de acariciarme mi ya duro y palpitante miembro, con unos vaivenes lentos y sinuosos, subiendo y bajando por el tronco con movimientos lascivos, posesivos, dominantes, disfrutando con ello tanto como yo, por los gemidos y gruñidos que expelía mientras lo hacía.

El sonido de la musiquilla del móvil volvió a entonar el ambiente, sonando hueco, melodioso, chocando contra las paredes de la silenciosa habitación, mezclándose con nuestras respiraciones agitadas, envolviendo los gemidos en una dulce composición.

— Es tu móvil el que suena Derek—logré decir, casi atragantándome de lo seca que tenia la garganta, rezando por que  cogiera la insistente llamada y se separará de mi, porque  yo era incapaz de separarme de él. Él sólo gruñó sin contestar, pasando su jugosa lengua lentamente por todo lo largo de mi labio inferior, dejándome un resto de húmeda saliva que hizo que mi estomago se encogiera de lo caliente que me puso, sin poder reprimir un quejido de agonía y deseo.

Me abrazó aun más fuerte al escuchar mi lamento de gozo, mi estomago se revolvió y un escalofrió subió por mi espina dorsal hasta mi pecho expandiéndose por todo mi cuerpo. ¿Nunca te ha sucedido que por más que trates de no sentir algo por una persona termina pasando irremediablemente lo contrario? Eso era justamente lo que me estaba pasando a mí. Y es que no importa cuánto luches contra el sentimiento, se vuelve una parte de ti, que te molesta y te recrimina una y otra vez. No importa cuánto trates de acallarlo.

— ¡¿Porque haces esto Derek?!—le recriminé mientras me lamia con avidez los restos de ambrosia que había dejado su rociada lengua sobre mis labios.

— Porque te deseo y no voy a detenerme hasta tenerte gimiendo mi nombre debajo de mí mientras te embisto—dijo arrastrando las palabras sobre mi boca.

Punzadas placenteras se dispersaron por mis ingles, oleadas de excitación me recorrieron haciendo que el bulto prominente comenzará a hervir debajo de mi pantalón. No podía controlarlo, me quemaba, sentía fuego hasta por lugares de mi cuerpo que no sabía ni que existían, no cuando me estaba besando y tocando de esa manera tan sensual y suave, hablándome en susurros, haciéndome cosas prohibidas. Prohibidas... Cosas inhibidas que él hace un momento me recriminaba.

Sentí los labios de Derek en mi mandíbula, recorriéndola suavemente de arriba abajo. El moreno respiró profundo agarrándome el trasero,  restregándomelo con sus enormes manos, hincándome los dedos en mi piel, abarcando toda la redondez de mis glúteos hasta casi hacerme daño.

LOS QUIEBROS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora