CAPÍTULO ESPECIAL DYLAN

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*TAN SOLO, UNA NOCHE DE LUJURIA*

--Parte cuatro--       "Sólo dime algo..."

--Dylan--

Allí estaba, de pie, parado como un idiota en medio de la habitación, justo en frente de la cerrada puerta del baño. Los brazos caídos a lo largo de mi cuerpo, completamente y vergonzosamente desnudo, con una cara de imbécil, digna de fotografiarla, pensando todavía en las últimas palabras de mi amigo.

No era normal, sano, ni elocuente, los locos y enredados pensamientos que se cruzaban por mi masa encefálica. Me encontraba como idiotizado. Por que... ¿Quién en su sano juicio, con un mínimo de neuronas en su cerebro, dejaría que una cosa así pasara?

No había nada razonable, en lo que estaba pasando esa noche, en aquella habitación. No es que me arrepintiera de lo que había hecho, es más, lo quería y deseaba desde hacia algún tiempo, pero cuando el hombre que amas, te dice muy claramente que no te puede dar más que unas migajas de sus sentimientos, y que no podría obtener de él algo más que un simple polvo, ¿cómo reaccionas ante algo así?, ¿cuando tu cuerpo te pide que cojas de esa persona lo que te ofrezca pero tu dignidad te ordena todo lo contrario?

Estaba en ese lio de preguntas y pensamientos, cuando la puerta del baño se abrió, y un Dios de cerca de dos metros, salió entre una nube de vapor. Juraría también, que puntos de luz deslumbrantes, rodeaban esa imagen. Ago místico e irreal, donde fulguraban, unos ojos verdes entre medio de la neblina.

Su cuerpo desnudo chorreaba agua, por sitios, donde deberías ser pecado gotear, los rizos de sus cabellos, caían asquerosamente sexi por su frente, sus labios gruesos y delineados, estaban húmedos, de las gotas que caían de su aguileña y perfecta nariz y con una expresión de tal relajación, que me maldije por encontrarme al borde de un ataque de nervios, mientras él estaba como si acabara de salir, de una feliz sesión, de marihuana por vena.

Resoplé refunfuñado, y el seseante sonido, hizo que él levantara su relajada mirada, para cruzarse con la mía con sorpresa, como si esperara que al salir, yo ya no estuviera allí.

¡¿Pero qué cojones le pasaba?! Ese era mi apartamento, ¿qué pensaba?, ¿qué me había volatilizado?

Estaba desgarrado, necesitado, sufriendo por él, era algo más que físico, más que emocional.

Mi entrada estaba tan apretada, que me tomó todo mi esfuerzo de voluntad no gemir.

Dio un paso sin quitar su mirada de mi, vi su rostro endurecerse, sus ojos brillantes de apetencia mientras recorría con la mirada mi desnudez.

Mi respiración se detuvo, cuando su enorme verga se balanceó pesadamente mientras avanzaba hacia mí. La adrenalina pasó por mis venas, cuando sus dedos se deslizaron entre mis piernas, acariciándome.

Sentí mi sangre burbujear, y mi sexo se convirtió en un charco resbaladizo, cuando murmuró mi nombre con voz gruesa y ronca sobre mis labios, volcando todo su aliento en la gruta de mi boca, para solo unos segundo después , dejarme huérfano de ese sueño en forma de jadeo, porque desvió sus labios a mi cuello, mordiéndome la mandíbula en pequeños bocados húmedos, y extraviándose en el empeño, por el canal duro de mi pecho, virando sus labios a mis tetillas, arrastrando la lengua por la redondez de ellos, y mordisqueando la punta erecta con sus preciosos dientes.

¡Dios! Eché la cabeza hacia atrás todo lo que pude, cogiendo aire, los ojos cerrados ante tal delicia, deleitándome con su perfecta lengua.

— Si, así, ¡por Dios!—. Abrí los ojos mirando hacia abajo, viendo a ese enorme e imponente hombre, casi reclinado en el suelo para poder llegar a mi areolas que se encontraban urgidas por él, y me fascinó verlo así, por debajo de mí, casi, sólo casi, aparentando ser, un simple y llano mortal, aunque fuera solo una puta vez, y eso hizo que mi sexo temblara de deseo por la dominación.

LOS QUIEBROS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora