CAPÍTULO 29 "Duo de Ases"

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--DYLAN--



—Alessandro, Melisa... les presento a Dylan Grasso, mi futuro y próximo amante—especificó sonriendo—. Y ella es su amiga Alessia.-----si hubiese tenido una pistola juro que lo hubiese matado allí mismo.

El silencio cayó como una losa. Miré a Alessia, ella miraba a David, David me miraba a mí, Alessandro me observaba sonriendo a pesar del contraste de sus ojos, malignos y fríos. Melisa nos miraba a todos.

—Es un placer conocerte, cariño—. La mujer se me acercó y me beso en ambas mejillas—. No le hagas caso—susurró en mi oído, emitiendo una risotada leve sobre él, haciéndome cosquillas—. Mi hermano pequeño puede ser un tremendo cabrón, pero en el fondo es muy buena persona, solo es que le gusta gastar bromas pesadas. Él hace esas cosas con los hombres que le gustan—. Hizo una pausa agarrándome del brazo—. Y créeme tu le encantas—me confesó mientras se alejaba de mi para saludar a mi amiga.

Me tragué el coraje y desvié la mirada para calmarme. Mi cara ardía por el maldito enojo que sentía y tenía unas ganas inmensa de largarme de allí, pero mi maldita y férrea educación italiana, me hizo desistir de pegarle una patada en los huevos y ponérselos de corbata, al creído, petulante y archifamoso futbolista y un tremendo puñetazo en la puta boca, al estirado, falso y homofóbico de Alessadro Tirelli y después de todo eso, salir por piernas, de la maldita fiesta, para sólo pensar entre las frescas sabanas de la cama de mi suite, en la fantástica mamada que me había prodigado un caliente desconocido.

Miré hacia Alessia que hablaba muy alegremente y risueña con la hermana de David y acompañante de Alessandro. Por lo visto mi amiga, no había tomado ninguna importancia a las descaradas palabras del deportista, ni se había sorprendido, de que el todo; omnipotente y multimillonario hermanastro de Derek, había pasado totalmente de mi culo, tratándome como si no me conociera de nada.

Necesitaba una copa, una bien cargada, para olvidarme de la traición de la que yo creía, hasta ese mismo momento mi mejor amiga, así que me escabullí, aprovechando el momento en que nadie me miraba.

Me fui hacia la bien provista barra y le pedí al simpático camarero un Ron bien cargado. Me lo bebí de un solo trago, sintiendo el conocido golpe de calor bajar por mi garganta.

El camarero me miró con curiosidad y yo le sonreí de la forma que se sonríe cuando el alcohol bucea alegremente por tu sangre. Con la confianza que te da la ebriedad, le pedí otro Ron al guapo camarero, guiñándole un ojo y sentándome en uno de los asientos libres, con un brazo apoyado en la barra y el otro ocupado por intentar sostener bien el vaso de tubo que contenía el preciado oro líquido de Cuba.


Con pesadez y cansancio paseé la mirada por el salón sin fijarme en ningún punto en concreto, repasando mentalmente cuanta cantidad de alcohol había ingerido esa noche y deliberando interiormente, los estragos que iba a hacer en mi estómago. Seguramente perdería muchas neuronas y con eso la capacidad de concentración, raciocinio y pensamiento. Asumí que al otro día estaría hecha una verdadera mierda y, riendo tontamente medité, que con los grados de alcohol que bailaban cantarines por mi sistema, ni el más atractivo espécimen de homo sapiem, haría que mi polla se levantara. Ni siquiera Derek.

Solo pensar en ese nombre hizo que mis manos temblaran, y que los dedos que sostenían la bebida se sacudieran, causando que la mayor parte del líquido se derramara en el suelo cayendo la mayor parte de él en mis deportivas negras.

¡Vaya mierda de noche! ¿Podía ser que me ocurriera algo más?

Maldiciendo entre dientes dejé la copa en la impoluta y brillante barra, me puse de pie como pude tambaleándome del taburete. Sacudiendo mis pies, alcancé una servilleta para intentar limpiar el estropicio.

LOS QUIEBROS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora