CAPÍTULO 34 " El dulce amargor de la desilusión"

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Terminé de masticar los cereales con un suspiro de gusto y me levanté para dejar el envase en el pequeño cubo de la basura que estaba estrategicaménte oculto en uno de los pocos muebles de la coqueta y lujosa cocina

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Terminé de masticar los cereales con un suspiro de gusto y me levanté para dejar el envase en el pequeño cubo de la basura que estaba estrategicaménte oculto en uno de los pocos muebles de la coqueta y lujosa cocina.

 No había comido nada en todo el día pensando en ponerme guarro como un cerdo en el banquete  de  boda, pero después de lo que pasó en la iglesia con la prima de Aless y el chico de ojos color ámbar, no tuve ánimos de ir a celebrar nada con la familia de mi amiga. No tuve corazón para ver a una Pepa triste y apagada por mucho que  Alessia me dijera lo contrario y me pidiera repetidas veces que la acompañara a la celebración, intentando sobornarme como solo ella sabía hacerlo; con las delicias gastronómicas que seguramente se consumirían alegremente en el banquete nupcial. Pero... ni aun así consiguió convencerme, pese a saber que me perdía por la comida, mi punto débil. Pero esa vez no me engatusó con sus artimañas  manipuladoras, volviendo al hotel en un taxi con el estómago cerrado y una inexplicable inquietud en mi corazón por un amor perdido que era ajeno a mí. 

 Por consiguiente,  después de todo el día sin comer los copos con cacao me supieron a gloria.

 Miré nuevamente el  móvil y me alarmé, sólo faltaban diez minutos para la cita con mi sexi  boxeador y yo aún estaba en la habitación.

Me miré una vez más al espejo, seguramente era la tercera o cuarta vez que lo hacía, desnudo y después ya completamente vestido. Suspiré con una risilla nerviosa sintiéndome como un puto quinceañero, viendo por el reflejo del espejo todos los pantalones y camisetas que había sacado del armario desparramado por la cama y el suelo. Refunfuñé pensando que después tendría que recogerlo todo si no quería que Aless me ahorcara con sus delicadas manos de artesana. Sin embargo, volví a concentrarme en mi silueta tirando un poco del pernil del estrecho vaquero y colocándome mi  apretado y asfixiado miembro en su sitio ya que el pantalón era probablemente dos tallas menor que la mía. Pero no sé porqué, quería que se me marcara el paquete, suponiendo que si eso le gustaba a las tías probablemente a los gais también, aunque... si Derek no era gay no estaba muy seguro si a él le gustaría.

 Porque...¿que era Derek?, ¿bisexual?, ¿hetero curioso?, ¿extraterrestre?,  ¿un pene con ojos? ¿o... simplemente gilipollas? 

Da igual reflexioné, porque él podía ser cualquier cosa, tenía poder para ello, puesto que las mujeres e incluso algunos hombres se volvían locos por que fijara su penetrante y posesiva mirada en ellos y les propusiera entrar en su cama.

 Derek era caliente, era fuego puro. Su imponente porte, su cuerpo esculpido y su atractivo rostro le daban las armas para poder elegir, nadie tenía derecho a elegirlo. Él era el que tenía poder para elegir. Él era el que escogía, el que decidía y seleccionaba.

¡Jodido hombre con suerte!

— ¡Que buena foto la del periódico de hoy!—. El inesperado y estridente chillido ratonil  casi me hizo saltar un metro sobre el suelo. La loca de mi amiga entró en la habitación como una tromba, con los pelos hecho un desastre como si se hubiese peleado con una jauría de gatos y provocandome un casi infarto agudo de miocardio.

LOS QUIEBROS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora