Alternativas

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(Down the line/ JOSÉ GONZÁLEZ)


Tengo un pésimo presentimiento. En cuanto veo que Lepbinia comienza a temblar, sé que se me escapa de las manos y le llamo asustado para que me preste atención, pero no lo hace. Su vista se pierde en el techo y sus labios se mueven sin sonido como si le faltara el oxígeno.

Igor no baja la velocidad al entrar a la ciudad, porque dice tenemos los segundos contados y le creo, maldición, sé cuanta razón tiene.

—No dejes de hablarle —ordena con calma.

El cerdo de Jamie está marcando por su teléfono a la doctora Raid para que no pierdan ni un solo segundo en atenderla. La clínica a la que vamos corresponde a una de las cedes de tráfico de órganos en los que acostumbramos trabajar, donde se hace el transplante de los mismos. Si logramos llegar ahí, existe el equipamiento necesario para salvarla, la otra parte debe ponerla Lepbinia.

El vehículo dobla a la derecha, a la izquierda, se salta semáforos, discos pare y pasos peatonales. 

—¡Igor!¡¿Qué hago?! —grito desesperado mientras vislumbro a lo lejos cómo la clínica aparece en mi cuadro de visión.

—¡Toma su pulso! 

—Clara nos va a matar —Jamie se expresa con preocupación por primera vez en todo el viaje y en cuanto la camioneta se detiene salta por la puerta hacia afuera para arrancarme a Lepbinia de los brazos.

Hemos entrado por detrás del hospital, donde yace Colleen junto a un equipo médico completo.

Sé que es absurdo, pero deseo golpear a Jamie con solo ver que corre con ella en brazos unos pasos delante de mí, el ácido me sube por la garganta porque no debería poner ni siquiera un dedo sobre su cuerpo.

—Profesor Patterson —Bini masculla el nombre una y otra vez, delira allí sobre la camilla en la que comienzan a instalarle aparatos, retorciéndose de dolor, de frío. 

Los profesionales corren por los pasillos para llevarla a pabellón y por supuesto no puedo quedarme allí a esperar, corro junto a ellos rogando una y otra vez que por favor la salven.

Dios, si de verdad existes, si realmente estás ahí, sálvala, haré lo que sea pero sálvala.

—Tiempo —susurra de pronto.

Una de las enfermeras me pide que abandone la sala para que puedan trabajar mientras el monitor emite ese pitillo molesto a una velocidad que tiende a generar un pitido constante. Me niego e intento quitármela de encima para poder verla de cerca, pero entonces Igor que está haciendo cosas sobre ella se voltea solo un segundo y me habla.

—Si quieres salvarla sal de aquí.

No alcanzo a obedecer cuando sucede, el pitar rápido se vuelve una línea feroz que me cala los oídos y sin comprender todo miro el monitor que enseña en efecto, una línea perfecta en color verde que desaparece.

—¡Fibrilación ventricular en curso! 

—¡Hay que desfibrilar ahora! —El doctor Tonra grita cortando las prendas que la cubren y me siento inútil observando todo sin poder hacer algo más. Paso mis manos con desesperación arrancando las lágrimas que no logro contener.

No entiendo por qué ella tiene que pasar por esto, por qué justo alguien tan inocente, de un mundo tan sano, debe embarrarse con esta esta mierda. Ya nada tiene sentido.

—¡Igor, no tiene oxigenación suficiente! —La doctora Raid lo coge por la muñeca— solo hay un ochenta por ciento de saturación.

—Pues ruega a Dios que le eche una mano esta vez. Aléjate. ¡Sesenta Ohmios, ahora!

CautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora