La confianza parte por casa

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(Hell To The Liar/ LONDON GRAMMAR)



El mundo se detiene de pronto, mi cabeza empieza a doler y es como si miles de engranajes dentro intentaran dar algo de sentido a todo lo que acaba de salir de su boca. Pero no lo tiene, siento que podrían quemarse los engranajes antes de que todo aquello tuviera sentido.

Observo sus lágrimas que de pronto me parecen algo patéticas y mi mano vuela en un impulso hasta impactar contra su mejilla derecha, haciendo que sus sollozos disminuyan al punto de desaparecer, mientras su cuerpo no se mueve ni un centímetro del lugar. Entonces repito el movimiento una, dos, incluso tres veces.

Harry sigue allí, sentado sin defenderse, sin detener mis golpes, esperando a que mis brazos se agoten o a que su culpa mengüe. Estoy esperando a que me sostenga las muñecas y diga que es mentira, que todo ha sido una broma, pero sé que es cierto y que el hecho de que mi mente no quiera aceptarlo no cambia las cosas.

No detengo mis golpes hasta que las palmas me arden, hasta que mi cuerpo asimila lentamente sus palabras. Pienso una y otra vez en que quizás tiene una excusa para ello, pero no hay forma, podría decirme que lo hizo con un arma apuntando su cabeza y a pesar de ello, aunque la lógica pudiera decirme que no tenía alternativa, mi corazón no dejaría de sentir aquello como una traición.

Es absurdo, es estúpido lo superficial que se torna la vida, lo banal de los sentimientos, lo efímero de cada pensamiento, porque si bien hace quince minutos deseaba a Harry con tanta cercanía como fuera posible, en este momento, solo quiero que salga de mi vista.

Pero antes de cualquier cosa, merezco la verdad y esta vez no tiene otra alternativa.

—Dime que no es cierto —pido en un vago intento de que las cosas no sean como son, de que una vez más él no me decepcione. Me seco las lágrimas como si tuviera algo de dignidad aún y me acerco a zancadas hasta estar junto a él, sosteniendo su rostro para que me mire a los ojos.

—Di que es mentira —pido mientras aprieto sus mejillas con desesperación, pero su cabeza se mueve de izquierda a derecha en una negativa silenciosa.

No lo soporto más, lo suelto y avanzo hasta la cama donde me sitúo lista para escuchar lo que haga falta.

—¿Cómo? —pregunto sin llorar, sin gritar, simplemente harta de que siga fingiendo ser una víctima.

—¿Importa? —cuestiona y por un segundo viene a mi mente aquella discusión con Paul en lo que pareciera ser otra vida. Pero mi respuesta dista mucho de esa vez.

—¡¿Me quieres ver la cara?! ¡Carajos! ¡Por supuesto que importa maldito cobarde! —grito con impotencia—. ¡¿Qué fue lo que le hiciste?! —finalizo mientras camino hacia él una vez más, con un sentir de felino enjaulado que me resulta imposible de controlar—.¿Cómo la mataste?

Harry solloza una vez más y nuevamente lo abofeteo, recordando por instantes que la cámara está grabando todo esto, pero me importa un carajo, todo me importa un carajo.

—¡Habla! Maldita sea.

—Murió de un paro respiratorio —explica sin mirarme a los ojos—, se lo generó una dosis mortal de toxina botulínica.

—¿Que se lo generó? —pregunto con ironía al escucha como nuevamente da un paso al lado, como si él no hubiera sido participe de nada—. Que tú le diste quieres decir. ¿Cómo lo hiciste? ¿Qué hace eso? —Lo atosigo con preguntas, pero no puedo arrojarlas todas, así que me callo abruptamente esperando que responda eso.

—Entré a su casa y simplemente agregué el veneno a los restos de la comida que dejaba ella...

—En el refrigerador. —Completo su frase con dolor, recordando el rostro sonriente de la abue cada que íbamos en vacaciones, mostrándome cómo envolver la comida para que no tomara sabores extraños de la heladera pues tenía la costumbre de cocinar para al menos tres días.

CautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora