Capítulo seis. El globo.

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Después de que mi plazo de castigo fuese duplicado por mi padre por llevarme a Caterine e intentar entre las dos convencerlo de que me acompañase a la cena con la familia de Tahiel, nos dirigimos a su casa.

Había justificado su decisión de incrementar mi tiempo de castigo porque decía que lo había desobedecido y que no podía hacer eso. Aunque él participase en muchas de las bromas que le gastaba al chico del pelo naranja, aun seguía siendo la figura autoritaría y, por ende, estaba bajo sus normas y reglas y tenía que acatarlas.

Se estaba comenzando a parecer al padre de Caterine.

Evidentemente, tenía que intentar saltarme la cena de algún modo, seguro que Tahiel había echado laxante en la comida o le había puesto veneno; así que fingí que estaba enferma y como sus padres me querían tanto y me admiraban (igual que sus padres adoraban a Tahiel) me dijeron que podía irme a la habitación de Tahiel a descansar.

Y sí, mi plan era gastarle una broma una vez que estuviese en su habitación pero como ambos nos conocíamos tan sumamente bien, el chico enojoso fingió ser una buena persona y se ofreció a acompañarme a la habitación para ''cuidarme''; ambos sabíamos que iba a vigilarme y a meterse conmigo y a ponerse pesado para que le agradeciese que me hubiese salvado la vida esta tarde al cogerme cuando me caí del árbol.

¡Me caí por su maldita culpa, no sé por qué tenía que agradecerle nada!

—¿Cuándo piensas salir de mi cama? —interrogó Tahiel mientras que jugaba con una pelota de tenis lanzándola a la pared y cogiéndola de vuelta varias veces. —Merezco descansar, hoy he hecho una gran hazaña salvándote la vida. —rodé los ojos. No había parado de decir eso en toda la noche. Presumido. —Estoy esperando que reconozcas que soy increíble, un héroe y me agradezcas que te he salvado la vida.

Tahiel tenía una insana obsesión con que le reconociesen que era genial e increíble.

—Primero, no pienso salir de tu cama porque estoy enferma. —el chico me miró escéptico. Ambos sabíamos que era totalmente fingido. —Y segundo, no voy a darte las gracias por nada ni voy a admitir ninguna de esas cosas porque me han enseñado a que no debo mentir. —Tahiel gruñó molesto.

—¡Pero si sabes que estás viva gracias a mí! —se quejó. —Deja de hacerte la dura e interesante y admítelo de una dichosa vez.

—Tienes un severo problema de egolatría. Deberías ir a un psiquiatra. —aconsejé. —Es más, Caterine quiere estudiar psicología cuando vaya a la universidad, podrías ser su primer paciente.

—Si hombre para que me someta a métodos de tortura. —negó rápidamente.

—Pero si Caterine es muy buena aconsejando a las personas. —defendí a mi amiga.

—La información que recolectasa de mí, la compartiría contigo y la usaríais en mi contra y me avergonzaríais delante de todo el instituto. —mierda. —Te conozco demasiado bien, no vas a engañarme nunca.

—Ni tú a mí por eso mismo sé que le has echado algo a la comida. —el chico me miró sorprendido y apretó fuertemente los labios.

—¡Pero que yo no he hecho nada paranoica! —antes de que pudiese contestarle, mi teléfono comenzó a sonar y a vibrar.

Miré la pantalla con una sonrisa maliciosa.

—Hola querida amiga. —saludé a Caterine mientras que Tahiel rodaba los ojos y volvía a prestar atención a su juego.

—¿Ya le has gastado alguna broma al engendro ese? —curioseó.

—¡Que te estoy escuchando rubia perversa! —gritó Tahiel malhumorado.

Nunca en la vida. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora