Capítulo cuatro. No se puede ocultar nada.

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Cogí la almohada sobre la que estaba apoyada y le aticé fuertemente a Lucas en la cabeza, abrió los ojos abruptamente y sin darle tiempo a reaccionar le pegué una patada y cayó al suelo con un golpe seco. Mientras que intentaba salir de la confusión y murmuraba muchas palabrotas hacia la vida y la persona que le había provocado tan mal despertar, cogí el bate de béisbol y comencé a pegarle en las costillas y las piernas.

—¡Eso por besarme sin consentimiento mancillador! —le grité mientras que él intentaba esquivar mis ataques con torpeza.

—¡¿Pero qué haces loca?! —exclamó cogiendo mi bate e intentado arrebatármelo.

—¡No me hubieses besado sin mi consentimiento! —contesté tirando aún más fuerte para que no se apoderase de mi querida arma mortal. —¡Suelta el bate! —exigí.

—¿Pero qué maneras son estas de levantar a tu futuro novio? —le lancé una mirada gélida y él sonrió con suficiencia.

Antes de que pudiese lanzar una serie de improperios hacia su persona y siguiese pegándole hasta que se pusiese el sol, el sonido de la puerta hizo que ambos dejásemos de pelear y nos congelásemos en nuestros sitios. Compartimos una mirada de miedo y comenzamos a mirarnos el uno al otro y a la puerta alternativamente.

Mierda.

—¿Anne estás bien? —preguntó su madre con severidad en su voz pero también con un atisbo de preocupación. —¿Hay alguien contigo? —sí, el chico nuevo repelente al que quería matar por la mancillación de sus labios.

—Al armario ya. —anuncié alterada mientras que cogía al chico de pelo extraño y lo empujaba hasta su armario junto con su ropa.

—No pienso meterme ahí. —se negó intentando no alzar la voz.

—Claro que sí. —contraataqué.

—Cariño voy a entrar. —no hay tiempo para discutir. De un empujón lancé a Lucas dentro de mi armario y cerré las puertas rápidamente a la misma vez que mi madre se adentraba en mi habitación. Me miró suspicaz y de forma intensa. —¿Estás bien? —interrogó desconfiada.

Probablemente la cara que tenía era blanca como si hubiese visto un fantasma ¡y es normal! Ese chico irritante aparte de colarse en mi habitación y besarme sin permiso, se había desnudado y quedado dormido toda la noche conmigo en mi cama. ¡Es para matarlo o no es para matarlo! Será estúpido el joio zopenco.

—Claro que sí. —mentí. Si le contaba a mi madre que Lucas estaba en mi armario, mi padre se enteraría y le robaría la escopeta al padre de Caterine para incrustarle una bala en el culo.

Oye... No es tan mala idea.

—No tendrás a ningún chico escondido ¿cierto? —Shit.

En cierto modo me ofendía que mi madre tuviese esa imagen de mí y a la vez me asustaba que me conociese tan bien. O ella era bruja o es que escondía a mi padre cuando era joven para que mi tío no los pillase haciendo ''ejercicio'' nocturno. Gracias a Dios y a mis suplicas, mi padre entró en la habitación antes de que mi madre se pusiese a inspeccionarla y encontrase a Lucas entre mis pantalones negros rotos y mis camisetas viejas de grupos de música tanto antiguos como actuales.

Creo que se tiene que estar muriendo ahí dentro. Hay ropa sucia mezclada con la limpia y creo que una pizza de la última noche que Caterine y yo hicimos una fiesta de pijamas.

Mejor. Así me ahorraba el trabajo de matarlo e ir a la cárcel, prefería que se intoxicase ahí dentro. Cuando viniese la policía diría que entró a robar y él se lo había buscado por ladrón y mancillador.

Nunca en la vida. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora