Capítulo diez. Contra todo pronóstico.

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—Oye mamá me has quedado el pelo hecho un desastre. —bufé molesta mientras que me tomaba un zumo de naranja.

Ayer cuando Caterine y yo nos ocultamos de Dylan metiéndonos debajo de un coche se me pegó un chicle al pelo (me sentí aliviada de que no fuese la caca de perro que estaba a apenas centímetros) y cuando llegué tuve que pedirle a mi madre que me lo quitase. Ella, como tiene complejo de peluquera, comenzó a cortarme el pelo creyéndose una experta y presumiendo y alardeando de que me iba a quedar un peinado como si fuese el de una modelo y apenas se iba a notar el corte.

¡Y una mierda!

Mi pelo había quedado peor que aquella vez que Tahiel me rapó media cabeza; al menos esa vez me estilizaba, ahora parece que me ha lamido una vaca, que he metido la cabeza en aceite de freír y que me he electrocutado porque se había quedado a lo afro.

—¡Tonterías tuyas! —exclamó mi madre haciendo un ademán con su mano. —De hecho, estás mucho más guapa ahora que con tu pelo habitual; te da un aire de chica rockera.

—Pues si ahora estoy más guapa que antes deberías preocuparte por la genética que hay en esta familia. —mi madre me lanzó una mirada asesina y se giró para seguir haciendo el desayuno.

—Hoy tengo una reunión importante. —comentó mi padre a modo de saludo entrando por la cocina. —No quiero que me llamen del instituto porque has provocado una fuga de gas, has inundado la clase de filosofía o has chantajeado a algún profesor. —rodé los ojos.

—Me culparon a mí pero no tienen pruebas incriminatorias. —señalé dándole otro sorbo a mi zumo.

—Hay fotos que demuestran el chantaje que le hiciste a la de matemáticas.

—No es mi culpa que sea zoofilica. —dije encogiéndome de hombros.

Cuando Dylan fundó el periódico nos contrató a Caterine y a mí para que fuésemos reporteras e investigásemos todo tipo de noticias. Comenzamos por los profesores y os sorprenderíais de la cantidad de trapos sucios que esconden. Nuestra primera víctima fue Adeline, nuestra profesora de matemáticas; llevaba treinta y cinco años casada y con cinco hijos pero resulta que descubrimos un fetiche bastante extraño que la estaba llevando a cometer una infidelidad: ¡era zoofilica! Ella no tenía culpa de que a esa mujer le gustasen los animales; además, no sé por qué aún seguían dándole vueltas al tema si lleva internada en un psiquiátrico y en tratamiento bastante tiempo. ¿Os podéis creer que nos amenazó con matarnos? Nosotros simplemente informamos. A veces la gente es demasiado exagerada.

—¿Cuándo va a acabar tu fase rebelde? La nuestra no tardó tanto en finalizar. —añadió mi madre poniendo un plato de tostadas sobre la mesa y mirándome con cansancio.

—No es una fase, es mi personalidad. —informé mientras que me llevaba un trozo de pan a la boca.

—Eso se te quita cuando te eches novio; ya verás que formalita te vuelves. —sonrió mi madre con ilusión. —Tengo tantas ganas de verte con un chico que te quiera y te cuide. Ay. —suspiró emocionada provocando que me atragantase y comenzase a toser.

—Que me vas a traumatizar mamá. —conseguí decir después de un sorbo de zumo para que pasase la comida. —Tú y papá sois unos románticos y lo acepto pero tenéis que dejar de insistir en que me eche novio y de emparejarme con todo el mundo, y de paso dejar de concederle entrevistas a Dylan, habéis hecho que se obsesione con historias románticas y no para de hablar de mí y de emparejarme con cualquier chico que él considera candidato. —expliqué molesta.

—Mejor, así estoy informado de qué clase de chicos se acercan a ti; sabes que soy un padre bastante divertido y poco severo pero eso no quita que me preocupe por mi hija. —intervino mi padre mientras que leía los deportes en el periódico.

Nunca en la vida. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora