Capítulo veintiuno. Los sutiles celos de Dan.

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Anne.


Sabía que esta vez me había pasado. Tenía la intención de que Tahiel cayese malo de una manera no muy severa para que no afectase al partido del sábado pero se me había ido la mano y había mandado a Tahiel a urgencias. Mi padre estaba bastante cabreado conmigo por plantearle la posibilidad de que su partido se fuese a cancelar; era bastante improbable que Tahiel se recuperase para el sábado y mucho menos que encontrasen a un jugador que lo sustituyese con menos de una semana de antelación.

—Has mandado miles de veces a Tahiel al hospital, seguro que se recupera pronto. —me animó mi amiga.

—No es capaz de despegarse de la taza del váter. —sabía que Caterine lo único que pretendía es que no me viniese abajo pero teníamos que ser realistas, era imposible que jugase el sábado a no ser que ocurriese un milagro. —Vamos dentro, mi padre me ha dicho que tengo que vigilarlo las veinticuatro horas; ni si quiera me deja entrar en casa hasta que Tahiel se recupere. Los días que esté en el hospital dormiré en la sala de espera y cuando se vaya a su casa, hasta que esté bien del todo, tendré que quedarme con él. —la pelirubia dio un salto de la silla de la sala de espera y me miró horrorizada.

—¡Pero eso es una muerte segura! —me pasé las manos por mi cara con cansancio.

—Es un castigo. Así que tengo que pedirte que me traigas ropa limpia todos los días. —Caterine resopló y se cruzó de brazos.

—Tu padre te ha puesto el castigo a ti, no a mí. —le lancé una mirada cargada de odio y ella alzó sus manos como símbolo de paz. —No quiero tener que madrugar todos los días más de la cuenta para traerte ropa.

—Tienes que estarme agradecida por no haber dicho que me ayudaste en la fabricación de la tarta porque sino ahora mismo estarías encerrada en una jaula en el sótano de tu casa. —mi amiga hizo un mohín con su boca.

—Punto número uno, mi padre es estricto pero no es un sádico; punto número dos, fue tu decisión de buena amiga el no delatarme, ahora no te puedes retractar. —comentó alzando el puño de la victoria.

La próxima vez me pienso chivar, incluso si ella no ha tenido nada que ver con la jugarreta que le gaste a Tahiel, la incriminaré.

—Voy a mandar a tu padre y al del chico irritante a una asociación de internados, a ver si os mandan a los dos juntos. —farfullé entrando en la habitación de Tahiel que se encontraba tumbado en la cama jugando a un juego en su móvil.

—¡¿Por qué me odias tanto?! —exclamó mi amiga entrando en la habitación tras de mí y cerrando la puerta de un portazo, provocando que Tahiel se sobresaltara y soltase una serie de improperios en nuestra dirección.

—¡¿Cómo se te ocurre traerme al engendro rubio a la habitación?! ¡Estoy malo! Hazle caso a tu padre mujer y cuídame. —rodé los ojos, me senté en el sillón y puse mis pies sobre su cama. Tahiel escaneó a Caterine con la mirada y arrugó su nariz. —¿Por qué tienes el pelo rosa? —curioseó e instantáneamente miré a mi amiga. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de eso?

—¿Y por qué vienes en bragas al hospital y solamente con una camisa larga? —pregunté apuntando a sus piernas; Tahiel abrió los ojos descomunalmente.

—¡¿Y por qué lo preguntas tan tranquila?! —exclamó Tahiel. Caterine comenzó a inspeccionar su cuerpo, se encogió de hombros y se sentó a los pies de la cama de Tahiel. —¡Ves a vestirte ahora mismo!

—Deja de dar voces, me estás provocando dolor de cabeza. —me quejé masajeándome la sien.

—¿Por qué te escandalizas tanto? Pronto verás así a Anne e incluso con menos ropa. —la miré atónita. ¡Tahiel no iba a verme con menos ropa!

Nunca en la vida. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora