Capítulo treinta y uno. Justin.

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Justin.

El día en que Anne tuvo el accidente, en Dakota del Norte...


—Vendrás a la fiesta de esta noche ¿no? —preguntó mi amigo Brandon.

Había conseguido sobrevivir al instituto. A duras penas, pero lo había conseguido. Y ahora estaba en la otra punta del país en la universidad, viviendo mi vida lejos de aquel ambiente tan dañino y tóxico, alejado de todo y de todos. Aunque tengo que admitir que la universidad no es tan bonita como la pintan en las películas americanas, también es dura y también están las típicas personas perjudiciales que te dificultan el camino, pero ese tipo de personas te las acabas encontrando en todos lados a lo largo de tu vida, así que hay que asumirlo. Podía respirar tranquilo porque, de nuevo, ya no estaba allí.

Que no os engañen, esto no es una película americana, ni mi hermano ni yo habíamos tenido que interpretar el papel de chico desplazado (aunque lo había en el instituto, como en todos los institutos). Sam era Sam, con sus buenas calificaciones y su grandiosa personalidad; y luego estaba yo, que siempre conseguía dar pena. Hasta que llegó Brandon, mi mejor amigo.

Desde que llevaba pañales, siempre me había visto opacado por el brillo que desprendía mi hermano mayor y también porque supongo que yo no tenía tan buen don de gente. Todos los niños se metían conmigo, me pegaban y, al no estar mis padres tan pendiente de mí, a veces llevaba rota la ropa y me consideraban un chico pobre, así que ni si quiera pensaban que Sam y yo éramos hermanos porque él siempre iba impecable. Yo fui la diana humana de todos hasta que, con ocho años, Brandon apareció en medio el patio, cuando yo estaba en una pelea con otros niños de la clase y se metió a defenderme. A partir de ahí, Brandon se empeñó en meterse en mi vida, en ser mi amigo y en no juntarse con los demás, sino en protegerme a mí. Desde ahí, fuimos inseparables y nos convertimos en mejores amigos.

Evidentemente hay muchas más cosas por medio, pero eso se queda en el tintero para otra ocasión. Cuento la idea fundamental y principal.

Pasaba muchas noches y días en su casa y como mis padres no me prestaban atención, ni si quiera se daban cuenta de que no iba a dormir, solamente se alteraban de si Sam no asistía.

Brandon y yo éramos inseparables y decidimos irnos a la universidad juntos. Después de todo, yo lo debía mucho a él, de hecho, era como mi hermano. Le consideraba más como hermano a él que como a Sam porque le debía más a él que a mi propio hermano; que a mi propia familia.

—¿Lo dudabas? —contesté colocándome mejor la mochila en el hombro.

Algo bueno que tenía Brandon es que era bastante popular. Se hizo popular en el instituto, según fuimos creciendo y esa popularidad le acompañó hasta la universidad; hasta día de hoy. Una de las razones era porque su familia tenía mucho dinero y otra de las razones porque jugaba en el equipo de fútbol, al igual que yo. De hecho, cuando Brandon se hizo popular, me llevó con él y al final pasé de ser de diana humana, al chico con las flechas en las manos.

Esa metáfora me hizo pensar en mi hermana pequeña.

Lo único que echo de menos de aquel sitio es a Anne. Ella siempre me alegraba cuando llegaba a casa, o cuando mis padres me ignoraban o contestaban con respuestas evasivas a cualquier cosa que les decía. De hecho, mi hermana, aunque fuese más pequeña que yo, me cuidó mucho. Mucha de la ropa cosida que tenía era por ella, no por mi madre.

Cuando empecé a juntarme con Brandon y a ser popular, a ser una persona reconocida, sentí que decepcionaba a Anne, como si mi nueva personalidad no le gustase; lo que ella no entendía es que era puro instinto de supervivencia. Y que Brandon me había ayudado a salir de un pozo muy profundo, cosa que mi propio hermano mayor no había hecho.

Nunca en la vida. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora