Capítulo dieciocho. Alcohol y chocolate.

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Tahiel.

Nunca me había parado a observar detenidamente los ojos de Anne. No hablo del color, hablo de las emociones que te hacen experimentar; de lo que esa mirada audaz y dulce trasmite.

Consigue provocarte un escalofrío aterrador pero a la vez una sensación de electricidad recorre tu columna vertebral; hacen que te sientas agusto pero a la vez alerta; te pueden abrazar y a la vez dar la sensación de que quieren echarte de comer a los tiburones; es una mirada astuta pero a la vez tímida; es una mezcla de contradicciones como ella misma.

Anne es impredecible y lo que te consigue sentir con tan solo una mirada es una paradoja.

Siempre he estado más pendiente de sus acciones para evitar un golpe; siempre me ha tenido vigilante y nunca me ha dado unos simples minutos para que pudiese observarla. A ella y a todo lo que tiene que ofrecer. Su sonrisa, sus miradas, sus expresiones como arrugar la nariz cuando algo le molesta o inflar sus mejillas cuando hasta a punto de estallar. Nunca antes me había fijado como tiene un pequeño lunar sobre su labio o que tiene muchas pecas diminutas que intenta ocultar con el maquillaje, conociéndola seguro que lo hace porque éstas le hace parecer más joven y no quiere aparentar ser indefensa o inferior ante mí.

Será tonta.

Esas pecas dan una imagen totalmente diferente. Muestran que es una persona guerrera, más aún que ocultándolas o al menos esa impresión me da a mí.

—¿Ya has terminado con la redacción que tenías que hacer sobre Perth? —cuestionó moviendo su bolígrafo entre sus dedos. —Sinceramente, creo que deberíamos comenzar a hacer un resumen de lo que más destaca de tu redacción y de lo que más destaca de la mía, recopilar los datos necesarios y hacer una nueva con todas las notas. —se puso un mechón de pelo tras su oreja. ¿Desde cuándo el pelo de Anne tenía un cierto tono rojizo? —De hecho, deberíamos hacer eso con los otros tres lugares antes de añadir más características y de ponernos con las maque...—pero antes de que siguiese con su retahíla de palabras, no pude impedir que mis pensamientos saliesen a la luz.

—¿Por qué te tapas las pecas? —Anne me miró anonadada y su bolígrafo cayó de sus manos. —Nunca antes me había dado cuenta de que tenías. —la chica se llevó las manos instantáneamente a la cara.

—¡Deja de mirarme! —ordenó. —Ponle atención a tu parte del trabajo. —sacó un espejo de su mochila y comenzó a mirarse en él mientras que pasaba sus dedos por las pequeñas pecas y soltaba una serie de improperios.

—Te quedan bien. —me sinceré. —¿Por qué las ocultas?

—No es de tu incumbencia, así que cierra la boca y vuelve al trabajo. —vi como también sacaba el maquillaje y comenzaba a aplicarlo sobre su piel. Rápidamente conseguí arrebatarle todo lo que tenía en sus manos. —¡Devuélveme eso ahora mismo!

—No. Lo único que estás consiguiendo con tanto maquillaje es estropearte la piel. —lo guardé todo en la mochila bajo su intensa mirada.

—Deja que haga con mi piel lo que me dé la gana; tú nunca te has preocupado por eso, no te hagas el bueno y sabelotodo ahora. —se cruzó de brazos.

—No pienso reírme de tus pecas, sé que es lo que piensas. —dije mientras que apoyaba mi codo sobre la mesa y mi cabeza sobre la palma de mi mano. —De hecho, pienso que estás mucho más guapa con pecas que sin ellas y te hacen parecer una guerrera. —ante mis ojos tenía a una Anne sonrojada. Ese color surcaba las pequeñas motas que tenía bajo sus ojos y que tanto se esmeraba en camuflar; tengo que admitir que no había visto nada tan hermoso en toda mi vida.

Nunca en la vida. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora