Capítulo veinticuatro. ¿Banderas blancas ondeando?

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Anne.


—No te imaginas lo que supone que hayamos ganado el partido. —le dije con emoción a Caterine. —Tahiel lo ha dado todo y mi padre no podrá reñirme ni echarme en cara nada de lo sucedido.

—No sé cómo sabes que Tahiel lo ha dado todo si te has pasado todo el partido lanzándote miraditas y flirteando con aquel rubiales. ¿Cómo se llamaba? —preguntó mi amiga entrecerrando sus ojos y sonriendo de forma jocosa.

—Abel. —contesté sonriente.

—Abel. —repitió con un chasquido de dedos. —Quizás son alucinaciones mías pero me ha dado la impresión de que Tahiel no os quitaba la vista de encima ni en el partido ni después del partido cuando ese chico y tú decidisteis tontear.

—Sin duda alguna son alucinaciones tuyas. —asentí convencida.

—Claro porque vosotros dos sois enemigos, os odiáis y nunca en la vida estaríais juntos. —comentó con ironía y yo enarqué una de mis cejas. —Ese cuento ya me lo sé de memoria.

—No te lo sabes lo suficiente si aún te planteas la posibilidad de que sea incierto.

—Esta conversación se vuelve aburrida y repetitiva.

—Hablemos entonces de qué ocurrió entre Dan y tú el otro día cuando decidiste salir corriendo del hospital. —Caterine rehusó mi mirada y le dio un largo sorbo a su cacao. —No vas a poder evitar este tema toda la vida.

—Llegará un momento en el que yo me entere de todo lo que ocurrió. —intervino Dylan sentándose a nuestro lado en la mesa. Yo rodé los ojos.

—Genial, mi única posibilidad de poder sacarle la información y vienes tú y lo fastidias.

—¡Oye que yo también soy vuestro amigo! —exclamó ofendido.

—Pero eres incapaz de guardar un secreto. —contraataqué.

—Los periodistas no tienen secretos.

—Luego que no te extrañe que no te contemos las cosas. —mencionó Caterine. —De todas formas no hay nada que contar.

—Ya... —contestamos Dylan y yo al unísono.

Desde el día en que Caterine salió corriendo de la habitación del hospital no habíamos hablado del tema de Dan, Miguel y todo lo que engloba a ese triángulo amoroso y, sin tener ninguna noticia a lo que ocurrió y desconociendo cualquier averiguación, de la noche a la mañana todo había cambiado entre ellos tres y las aguas se habían calmado. Las cosas no cambian en un solo pestañeo y muchísimo menos algo como eso. Mi amiga no se apacigua tan fácilmente y aunque Caterine no lo supiese, todos habíamos descubierto algo; únicamente que no sabíamos cómo había ocurrido y qué más había sucedido.

Estábamos sedientos por saber la historia completa.

—Dejar de mirarme de esa manera. —dijo mi amiga encogiéndose en su asiento. —Me incomodáis.

—Que no seas sincera con el reportero de pacotilla me parece bien, pero que no le cuentes las cosas a tu amiga me parece una afrenta.

—Acabas de insultarme sutilmente y te recuerdo que estoy delante. —mencionó Dylan agitando su mano frente mi cara la cual yo la aparté de un manotazo.

—Si es que no hay nada que contar, ya os lo he dicho. —dejó su taza de cacao vacía y cogió su abrigo del respaldo de la silla para comenzar a ponérselo.

—Si luego van una horda de mini-redactores tras de ti para saber qué es lo que ocurre, no me culpes. —Caterine miró a Dylan con desaprobación y él alzó sus manos en modo de inocencia. —Si no me lo quieres decir por tu propia voluntad tendré que averiguarlo yo por mis propios métodos. —la pelirubia me lanzó una clara mirada de: apóyame, somos amigas.

Nunca en la vida. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora