Apenas se siente la percepción del tiempo estando en medio de tanto silencio y tranquilidad. Roger escucha atentamente todo lo que tengo que contarle, empezando por mi viaje a la dimensión desconocida de los dienvoyés hasta el porqué de nuestra pelea arriba del teleférico, omitiendo por supuesto la parte en la que perdí mi virginidad en un lugar que ni siquiera existe.
Son casi las ocho de la noche y la iluminación natural que entraba por las ventanas hace un rato ha sido reemplazada por la eléctrica de los focos arriba de nosotros. Roger está recargado en el respaldo de su sillón frente a mí y cuando termino de hablar permanece en silencio, analizando y capturando mis acontecimientos en su mayoría sobrenaturales. Apenas me ha interrumpido con expresiones de sorpresa o preguntas casuales, pero todo el tiempo me ha dejado hablar libremente.
—Y bien… —se cruza de brazos, mirándome fijamente—, ¿De qué película has sacado todo eso?
— ¡Gallagher! —río, estirándome desde mi asiento para golpear su hombro.
— ¿Gallagher? Sabes cuánto odio que me llames por mi apellido.
—Gallagher, Gallagher, Gallagher. —repito consecutivamente.
Él niega con la cabeza, continúo como disco rayado para molestarlo y en un parpadeo lo veo levantarse del sillón y correr hacia mí. Rápidamente me toma por los hombros y me empuja hacia atrás. Se inclina sobre mi cuerpo y la peor cosa sucede: cosquillas. Con una mano me sostiene fuerte y con la otra comienza a atacarme en un remolino de estruendosas cosquillas a mi estómago.
— ¡No, por favor, para, para! —grito mientras me río incontrolablemente. Él sabe perfectamente que ese es uno de mis puntos débiles y lo hace adrede.
— ¿Vas a seguir llamándome así? —advierte sonriendo. Sigue con su tortura y yo me retuerzo bajo su cuerpo, me muevo de un lado para otro intentando zafarme pero me es imposible, doy patadas pero las detiene con la fuerza de sus piernas. ¡Agh! La risa me está dejando sin aire, es desesperante y frustrante, aunque gracioso y divertido también.
— ¡Suéltame, suéltame Gallagher! —replico sin rendirme.
— ¡Me las pagarás!
Nuestras carcajadas invaden la cabaña en todos sus rincones, el eco se impregna en las paredes como si fuese un tatuaje imborrable, el tiempo es inmune a nosotros dos divirtiéndonos como hace mucho no lo hacíamos, una diversión real, sentimientos reales, sólo somos dos personas que han sufrido la misma pérdida y el mismo dolor y que intentan repararlo a base de la mejor medicina de todas: una sonrisa.
En este caso risas, muchas risas que despejan el silencio y nos alegran, aunque sea por esos minutos de locura, ese momento en el que fortalecemos el lazo que siempre nos ha unido y sigue siendo fuerte a pesar de haber perdido una parte de nuestro corazón dos años atrás.
Y ahí, batallando contra el mejor amigo del mundo en una guerra de cosquillas, una sensación de paz invade mi cuerpo, disfruto cada movimiento, cada roce, cada sonrisa, cada risa, almaceno en mi mente la imagen del chico de ojos grises que me obliga a reír descontroladamente, que me hace olvidar lo que realmente pasa alrededor, aleja los problemas y por ese momento, sólo por ese pequeño pero especial momento me olvido del mundo entero, sólo somos nosotros dos aprovechando el tenerlos el uno al otro, viviendo al máximo lo poco o mucho que esto dure, no sólo esta tarde, todo lo que hemos pasado, hemos enfrentado e intentamos superar juntos.
Porque ambos sabemos que nada es para siempre, no hay vuelta atrás para lo que nos duele y los hubiera no existen, las personas se van y los momentos únicos sólo se viven una vez. Eso nos enseñó nuestra mejor amiga Grace, esa persona que estará presente en nuestro corazón y alma hasta el final de nuestros días.