El sacerdote Evans se levanta de la silla y coloca sus manos temblorosas frente a él, como si intentara detener lo inevitable. Sus ojos nunca sueltan los míos, y el miedo de todos ellos me provoca una adrenalina increíble. Me hacen sentir poderosa.
—Empiecen a rezar. —le ordena a sus ayudantes. Estos sin dudarlo comienzan a corear un padre nuestro y uno de ellos sostiene fuerte una cruz en sus manos.
—Suéltenme y nadie saldrá herido.
Aquella orden ha salido de mi boca sin pensarlo. Es como si una voz en mi cabeza lo haya mandado y lo haya dicho por mí. Como si alguien estuviera controlándome mentalmente.
—Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad… —continúan ellos.
—Tienen tres segundos. —advierto, pero de nuevo no he sido yo la que lo ha dicho. Me perturba tanto el sentir que algo o alguien habita en mi interior. Es como si… es como si en verdad estuviera poseída.
—Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden… —sus palabras son cada vez más rápidas.
—Tres… —cuento.
—No nos dejes…
—Dos…
—Caer en la tentación…
—Uno.
Una descarga de energía aprisiona todo mi cuerpo y levanto inconscientemente mis brazos hacia arriba. El movimiento es tan ágil y fuerte que las cuerdas metálicas se trozan por la mitad y me encuentro liberada. Lo mismo pasa con mis pies. Yo misma me sorprendo, los sacerdotes se callan y me pongo de pie frente a la silla.
—Siéntate, demonio. —ordena Evans—. Te ordeno en el nombre de Dios y de todos los ángeles que…
—No soy un maldito demonio. —respondo firme. Es entonces cuando percibo que ya no estoy tocando el suelo. Volteo hacia abajo y noto como mis pies se elevan en el aire hacia arriba, arriba, más arriba hasta que floto en medio de la habitación. La atmósfera se siente pesada, el oxígeno es escaso, mi piel quema, un sonido inquietante y ensordecedor inunda el silencio que sólo es interrumpido por las palabras de Evans.
— ¿Lucifer? ¿Belial? ¿Apollyon? ¿Asmodeo? ¿Belcebú? Dime tu nombre, no seas cobarde. Sal del cuerpo de esta joven que está protegida por el nombre de Jesucristo. Tú no eres un adversario ante el poder del Señor de los cielos, lleva tu perversión de vuelta al infierno y vuelve a tu morada.
Las palabras del sacerdote son firmes aunque temblorosas, levanta una cruz hacia mí y me observa con ojos de pánico.
—Es una pena que hayan dejado pasar tanto tiempo, padres. Vengo en nombre de Leblanc, el sucesor del Diablo. Todos ustedes están muertos.
Esa no ha sido mi voz. Ha sido aguda, fuerte, ronca. Antes de que pueda asimilar lo que acabo de decir, un inesperado temblor se apodera de la habitación.
Los cuadros en las paredes se caen, el piso y las paredes se mueven de un lado para otro como si fueran serpientes arrastrándose, los sacerdotes intentan sujetarse de lo que pueden y caen al suelo.
Los observo desde arriba con una sonrisa en el rostro, una que no puedo borrar, y cuando el temblor se convierte en terremoto el techo empieza a caerse a pedazos, levantando humaradas de tierra y polvo, deshaciendo todo a su paso.
El techo encima de mí cae también, pero lo esquivo. A través del hueco que se forma salgo, soy incapaz de controlar mi cuerpo y mis movimientos, vuelo por encima de lo que parece ser una pequeña casa en un campo seco, aterrizo sobre la tierra a varios metros lejos de ahí y me giro para observar lo que ocurre.
Me quedo boquiabierta cuando noto que lo único que se destroza es la habitación en la que estaba, los demás lugares de la casa están intactos al igual que la superficie exterior. A pesar del miedo que me provoca, algo me indica que aquello es correcto. Mis piernas se giran solas y camino lejos de ahí, me alejo lo suficiente hasta que me paro frente a una cueva oscura.
Es hasta entonces cuando siento que aquella energía que antes arrasó en mi cuerpo me abandona, se va, sale de mí y finalmente puedo respirar, hablar y controlar mis movimientos. Caigo de rodillas al suelo y toso, toso y vuelvo a toser con fuerza. Mi cuerpo está tembloroso y de pronto hay un par de zapatos frente a mí.
Levanto la cabeza y me encuentro directamente con Aaron Coleman mirándome intensamente. Está vestido con ropa normal y lleva una linterna en la mano. En su otra mano sostiene otra y ésta la avienta frente a mí.
—Fue divertido estar dentro de ti, al menos mentalmente. —sonríe maliciosamente. Su comentario me provoca piel de gallina y me corta la respiración—. Toma la linterna y levántate, entraremos. A partir de ahora vas a seguirme, y si se te ocurre desobedecerme, tu hermano Johnny morirá.
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