Con las manos al volante y el cinturón abrochado presiono mi pie firme sobre el acelerador del Charger. Me sorprende la capacidad que tiene apenas lo arranco, y los primeros cinco minutos me la paso alucinando sobre las funciones que tiene. La mayor parte del tiempo Aaron ríe, asiente o resuelve mi lluvia de dudas sobre la eficacia de su auto.
Platicamos sobre cosas sin sentido, recuerdos, anécdotas de la vida y cosas que me hacen olvidar cualquier problema que haya tenido antes. Con entusiasmo recorro las calles más importantes de Milwaukee, pasando por los lugares representativos y turísticos, tales como el museo Grohmann, el Zoológico Conty y muchos más, deteniéndome un buen rato en cada uno de ellos. Cada que volvemos a subir al auto me siento una diosa de nuevo, es increíble que me deje manejarlo a la potencia en la que lo llevo. Mis dedos se han acostumbrado a girar el volante una y otra vez, la sensación que experimento a cada acelerón me sube la adrenalina al mil por ciento.
Es alucinante.
En un momento dado nos detenemos a comer en un restaurant en el cual él paga y no me permite cooperar, y cuando volvemos a dirigirnos a otro lugar, ya satisfechos y sin hambre por la deliciosa comida China, Aaron enciende la radio, mete un disco y cliquea Play. Mis oídos inmediatamente reconocen Shiver de Coldplay y eso sólo aumenta la emoción que siento en ese momento. ¡Mi grupo favorito! Sin perder mi concentración al frente empiezo a mover mis hombros al ritmo de la música y tarareo las primeras frases.
— ¿Sigues amándolos? ¡Lo sabía! —sonríe con satisfacción.
—Mi amor por ellos es infinito. —respondo alegre.
Nuestra charla continúa ahora siendo coreada por la banda que alegra mis oídos, lo cual le da al ambiente un giro radical de movimiento.
Siempre estaré esperando por ti,
Pues sabes cuanto te necesito,
Pero jamás me ves, ¿o no?
Cantamos al unísono sin importar nada, justo como lo hacíamos de pequeños.
Y esta es mi última oportunidad de tenerte.
Mas y mas desde el momento que me despierto...
¿Quisiste que yo cambiara?...
Cántalo alto y claro
Siempre te estaré esperando,
Siempre te estaré esperando,
Siempre te estaré esperando,
Si, siempre te estaré esperando.
Las bocinas suenan. Siento la mirada de Aaron mientras cantamos y, aunque sólo lo veo de reojo, logra ponerme nerviosa.
Y es a ti a quien veo, pero tu no me ves,
Y es a ti a quien escucho, tan alto y claro,
Lo canto alto y claro,
Y siempre estaré esperando por ti.
Cuando viene el último párrafo su mirada se intensifica en torno a mí. Trago saliva y tengo el impulso de voltear, así que lo hago. Mis ojos cafés encuentran los suyos verdes, un repentino escalofrío me invade y la música termina, y aunque ninguno de los dos cantamos ya, es como si aquello me lo dijera a través de la mirada.
Pues miro en tu dirección,
Pero no me prestas atención,
Y tu sabes cuanto te necesito,
Pero nunca jamás me verás.
Detengo el auto de nuevo cuando llegamos al teatro Pabst. Allí, compramos boletos para la función de las siete y me percato de lo rápido que se ha pasado el día. ¡Valla! Hemos visitado tantos lugares que ya perdí la cuenta. Le he demostrado que conozco perfectamente la ciudad en la que vivo ahora, y aunque extraño Tennessee, aprendí a amar también el nuevo cambio de vida.
Con palomitas acarameladas y soda disfrutamos de Romeo y Julieta, obra protagonizada cada semana por actores alucinantes, los mejores de la ciudad, en la cual no sólo incluyen romanticismo sino también comedia y entretenimiento. Son excelentes. A las ocho en punto termina la función, salimos del teatro y me sorprendo cuando busca mi mano y la entrelaza con la suya. No digo nada, pero él sí.
—La última parada la hago yo. —solicita, y simplemente asiento perdida por la manera en la que me mira.
Desde el asiento conductor observo de reojo el perfil de Aaron. Algo raro se pasea en mi estómago, no sé lo que es, ni quiero averiguarlo. Sólo me siento extraña pero al mismo tiempo… bien. Los minutos pasan y pasan, y en la radio siguen tocando melodías fascinantes de Coldplay. No hablamos mucho, pero lo poco que lo hacemos es confortante. Finalmente él apaga el motor frente a un lugar que no esperé que conociera: Lakeshore State Park.
Se trata básicamente de un precioso lago rodeado por senderos y flores silvestres que te permite ver perfectamente una puesta de sol o una noche estrellada. En este caso la segunda opción, ya que cuando nos bajamos del auto el cielo está lleno de estrellas brillantes, chicas y otras más grandes, y una gran luna llena que ilumina la ciudad entera. Caminamos por el césped hasta la orilla del lago que mueve lentamente sus tranquilas corrientes de agua, nos encontramos con algunos patos nadando justo ahí y sonreímos cuando los vemos alejarse. Él se sienta y cruza las piernas, pero yo me quedo de pie con los brazos cruzados, mirando al paisaje que tengo frente a mis ojos de la ciudad.
—Siéntate, Meredith. —pide.
—Estoy bien así. —respondo amable, pero entonces él se pone de pie a mi lado y me observa con ojos curiosos. Sigo mirando hacia el lago y lo esquivo a todo momento. El viento se vuelve más frío y el sonido del agua es sumamente relajante. Estar aquí frente a un lago sólo me recuerda a Justin.
De pronto no puedo sacar de mi mente lo vivido hace dos noches en su dimensión. Los besos que me daba, las caricias que me entregaba, la manera en la que me protegía, el amor que me demostraba. Yo me entregué toda a él esa noche, él me desvirgó y juré que no sería de nadie más, y ahora… ¿Qué? Estoy junto a mi ex novio, mi primer amor, en un lugar tan similar permitiéndole que me haya tomado de la mano, habiéndole dado un paseo por toda la ciudad y una visita a los mejores lugares, habiéndome reído y cantado junto a él con emoción, habiendo olvidado todo lo que realmente siento y lo mucho que duele la pérdida de mi verdadero y único amor.
Ni siquiera siento cuando una lágrima cae por mi mejilla, Aaron es el que se acerca a mí y me toma por la barbilla mientras me la limpia.
—Oye, linda. ¿Qué es ese dolor que veo en tus ojos? —pregunta asustado, preocupado.
—Nada. —susurro limpiándome la nariz—. Creo que… la noche ha terminado.
Y sin más me giro, camino sobre el húmedo césped mientras escucho las voces lejanas de otros visitantes por aquí, me dirijo al auto aparcado a unos metros más adelante pero apenas llego a la puerta Aaron me toma por la cintura, me da la vuelta, me pega contra ésta y su cuerpo me presiona con rigidez. Acorralada allí mi respiración se acelera, intento abrir la puerta del auto pero soy incapaz de mover cualquier parte del cuerpo, se ha encargado de tomarme toda yo.
Con sus manos ahora en mi espalda me abraza a su torso, respira contra mi boca y nuestros alientos se mezclan. No. No quiero que me bese. Cuando lo siento acercarse volteo mi rostro hacia un lado y su beso para en mi cuello. Creo que fue peor.
—Dije que quiero irme. —susurro temblorosa, y después de unos segundos en los cuales respira sobre mi piel, asiente y ahora me mira directamente a los ojos, sin intentar nada.
—Lo siento. —se disculpa, y noto que en realidad habla enserio—. Pensé que debía besarte. Creo que fui muy rápido.
—Lo fuiste. —asiento.
Suelta un profundo suspiro. —Antes de que subamos al auto quiero decirte que la pasé muy bien conociendo tu ciudad. —deja de abrazarme y mete las manos a sus bolsillos. Por fin me siento libre y segura—. Gracias por el recorrido, y las risas y todo lo demás. Ojalá me permitas repetir antes de marcharme de vuelta a Tennessee.
—También me divertí. —digo porque es la pura verdad—. Me lo pensaré, Aaron.
Asiente en lo que parece estar satisfecho, me sonríe de nuevo y vuelve a sacar las llaves de su Charger. Las gira una vez entre sus dedos y me mira con anticipación, logrando ponerme ansiosa a lo que ya supongo que dirá. — ¿Quieres manejarlo por última vez
Sonrío. —Espero que aún no sea la última.
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