Esto ya lo he visto. Paredes de roca, suelo de tierra, polvo, soledad. Un hombre caminando frente a mí con una linterna en la mano. El sueño.
La pesadilla que tuve después de hacer el amor con Justin por primera vez. Pero algo ha cambiado, y es que ahora ya sé de quien se trata la voz aguda que me decía “Deja de provocarme”… era Aaron.
Continúo siguiéndolo a como puedo, tengo que seguirle el paso para no perderme, aquí adentro es como un laberinto sin salida, parece que cada vez bajamos más y todo sigue siendo exactamente igual. El oxígeno es poco, siento que se termina y llegará un momento en que ya no pueda respirar.
—Aaron, ¿Por qué haces esto? —pregunto cuando lo veo saltar una enorme roca postrada en el suelo.
Me pongo arriba de ella y él se gira hacia mí. Nos miramos por un momento y luego se acerca, me toma entre sus brazos y me ayuda a bajar. Cuando piso el suelo no me ha soltado, sus brazos siguen rodeando mi espalda y su rostro bastante cerca del mío, pero no me intimida. — ¿A dónde me llevas?
— ¿Así que te atreves a preguntar, a pesar de lo que acabas de ver que soy capaz?
—No te tengo miedo. —susurro.
Lo tomo de las mejillas con mis manos y lo atrapo en un profundo beso. Siento como sus músculos se tensan, pero cuando introduzco mi lengua se relaja, me presiona más contra su torso y me deja sin aliento.
Me corresponde salvajemente, se come cada extensión de mi boca y nuestras respiraciones se aceleran. —Te deseo. Sácame de aquí y poséeme.
Mi petición entre labios lo hace besarme más fuerte, luego me toma del trasero y me aprieta contra su pelvis. Jadeo. —Sólo será un minuto. —habla con voz ronca.
Acto seguido arrasa de nuevo en mi boca, hay un momento de extrema adrenalina y cuando abro mis ojos estamos en una habitación muy parecida a la de un hotel. ¡Excelente! Empieza a acariciarme por debajo de la blusa y me separo inmediatamente.
—Dame un segundo, déjame ocupar el baño. —pido poniendo mis manos sobre su pecho.
Él asiente no sin antes darme un beso prolongado más. Le sonrío y me giro, busco el baño y me doy cuenta de que efectivamente es un cuarto de hotel, probablemente una suite. Entro y me preparo rápidamente para lo que estoy a punto de hacer: escapar.
Tomo aire, lavo mi cara, me refresco para apartar el calor inevitable del momento, enjuago mi boca y escupo todo su sabor que si alguna vez me gustó, ahora me parece asqueroso.
Veo a un lado, a otro, ¡Tiene que haber algo aquí! Busco en las puertas del espejo y encuentro una rasuradora, una pasta de dientes, algodón… ¡Una navaja! La tomo rápidamente y la guardo en mi pantalón. Me miro por última vez en el espejo.
Respira, Angie, respira. Lo lograrás.
Salgo de vuelta y Aaron me espera sentado en el borde de la cama, sin camisa y con mirada lujuriosa. La escena podría ser excitante para cualquier chica en el mundo menos para mí.
Sostengo sus ojos verdes y llego hasta él. Me subo a su regazo y lo tumbo sobre la cama, volvemos a besarnos mientras intento pensar en algo para distraerlo. Recorro su boca forzadamente y una brillante idea llega a mi cabeza. Con una de mis manos busco su cremallera y acaricio sobre su pantalón.
Ese toque lo hace jadear y repito mi caricia una y otra vez, en determinado momento lo siento tan débil y en mis redes que reacciono. Es ahora o nunca. Con mi mano libre saco la navaja de mi pantalón y la inserto fuertemente directo a su pecho. En ese momento Aaron suelta un gemido, esta vez de dolor, se le corta la respiración y me aparto, me bajo de la cama y observo como la sangre comienza a chorrear de su pecho.
— ¡Puta inteligente! —gruñe.
Sin pensarlo más tiempo me doy la vuelta y corro hasta la puerta. La abro y me encuentro con un largo pasillo que lleva a un elevador. Corro de nuevo con toda la fuerza que tengo para dar y de reojo observo otras habitaciones. Llego, entro y presiono la planta 1.
Mientras el elevador baja me hinco en el suelo, recobro la respiración y siento lágrimas brotar en mis ojos. No voy a llorar, no es el momento. Siendo lo más fuerte que puedo me contengo, mis manos tiemblan y espero a que el elevador pare. Los segundos me parecen eternos y cuando finalmente las puertas se abren observo lo que parece ser la recepción de un elegante hotel. Hay una bonita canción de fondo, algunas personas caminando de un lado para otro, una elegante sala, y más al fondo un restaurante-bar.
Pongo un pie fuera del elevador y piso descalza la loseta fría, inmediatamente todos me observan y la recepcionista jadea en sorpresa. Una señora y un señor llegan hasta mí y la mujer se coloca enfrente.
—Dios mío, ¡Cariño! ¿Qué te sucedió?
Cuando lo dice me percato de que una de mis manos tiene sangre debido a la herida de Aaron, mi bata blanca está llena de tierra y estoy segura de que mi aspecto es aterrador.
—Por favor, llévenme a mi casa, por favor. —suplico.
La recepcionista llega hasta nosotros mientras toda una multitud de huéspedes nos observan muy de cerca con rostros de impresión. —Señorita, ¿Qué le pasó? Tengo que llamar a una ambulancia.
—Estoy bien. —respondo segura—. Sólo me caí y me corté. Por favor ayúdenme a volver a casa.
La señora observa a la joven recepcionista y luego a mí. —Nosotros la llevaremos y de camino pararemos en un hospital para que la revisen. —finaliza.
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