Capitulo 29.

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— ¡Un milagro! ¡Esto es un milagro!

Y se repetía. La palabra milagro se acostumbró a mis oídos los próximos minutos en los que Carter y mamá me arroparon de besos y abrazos infinitos.

Lágrimas, sonrisas y nostalgia las invadieron, pero nunca las escuché. Los doctores me revisaron de pies a cabeza y sus rostros de total sorpresa fueron bastante inquietantes para mí. Está claro que nadie me esperaba de vuelta, y a decir verdad yo tampoco. Me siento bien. ¡Que estoy bien! estoy ilesa, ¿Qué no lo ven? Aquellas palabras fueron las que hicieron a los doctores salirse del cuarto y dejarme sola con mi familia.

— ¿Dónde está Johnny? —logro articular después de escuchar todos los sermones de mamá.

— ¿Cómo? —frunce el ceño—. Está en casa.

—Llévame ahí.

Ella y Carter se dirigen una mirada extraña, luego mamá vuelve a mirarme. —Hija, acabas de despertar. Los doctores van a hacerte unos estudios y…

— ¡Llévame a casa ahora! —grito.

—Pide ayuda. —solicita mamá volteándose a Carter. 

— ¿Qué? —pregunto, pero es tarde.

Mi tía toma un aparato blanco junto a mi camilla muy similar a un control remoto y presiona un botón rojo. Cinco segundos después cinco doctores entran por la puerta a extrema velocidad y corren hacia mí. Me toman de los brazos y siento como la adrenalina me invade. — ¡Suéltenme! ¡Mamá, llévame a casa! ¡Tengo que ver a mi hermano!

Tanto mi madre como mi tía se alejan. Me quedo boquiabierta cuando lo hacen. Me observan con los ojos cristalizados y salen de la habitación.

No entiendo nada y los doctores siguen sujetándome por todo el cuerpo, luego uno de ellos trae unas cuerdas negras y las coloca firmes contra mis brazos y mis piernas, pasándolas por ambos lados de la camilla. Las amarra fuertemente a los costados y no puedo moverme. Me amarró. Me amarró como a un maldito animal y nadie hace nada para detenerlo.

— ¡Suéltenme! ¡Váyanse todos al demonio! ¡Tengo que salir de aquí! —mis gritos rasgan mi garganta y mi pecho duele. Todos se alejan de mí, excepto uno. Un hombre de edad mayor se acerca a mí con una inyección en la mano. Toma mi brazo y me humedece la piel con un algodón mojado—. ¡No se atreva! ¡¿Qué mierda les pasa a todos?! ¡Estoy bien! ¡Déjenme salir ahora!

La aguja filosa y puntiaguda penetra en mi piel ahogando mis gritos en un segundo de agonía. 

—Esto es por su bien, señorita Luttor. Sólo por su bien… —es lo último que consigo escuchar antes de sentir mi cuerpo entero hormiguear, relajarse, perder la fuerza, y con ello mis ojos cerrarse también. 

-

—Le aseguro que está en las mejores manos…

— ¿Cómo puedo asegurarme? 

—Señora Lee, esta es la salida. Dios es el único camino que a ella le queda.

—Mírela… tan solo mírela. ¿Cuándo la perdí de esta manera?

—Estas cosas pasan sin que uno pueda detenerlas, señora.

— ¿Cuánto tiempo durará esto? No podré soportarlo. Es demasiado. Sólo quiero que acabe. 

—Lo que sea necesario. Tenemos al mejor equipo de respaldo. Le aseguro que ella se recuperará. Ahora, por favor salga de aquí.

Las voces se detienen, y aunque no veo nada, siento unos labios detenerse en mi frente y besarme. Después unas manos acarician mis mejillas.

—Estarás bien. Te amo, hija.

Es mamá. Acto seguido me suelta y la siento alejarse. Luego hay silencio hasta que unos pasos rechinantes se acercan a mí. Se detienen y la presencia de alguien frente a mí me alerta. Después algo se desliza en mi cabello y baja por mis párpados hasta que puedo abrir los ojos. Era un pañuelo. Cuando recupero la vista me encuentro de frente con un hombre, pero no es cualquier hombre. Sé quien es.

 

—Sacerdote Evans. —susurro confusa.

Él me observa atentamente y me otorga un asentimiento de cabeza. Me muevo en mi asiento y agacho la mirada. Llevo una bata blanca. Mis brazos arden otra vez, y es porque estoy atada de nuevo. Esta vez a cuerdas metálicas, al igual que mis pies. Me encuentro sentada en una silla de madera.

Volteo a mí alrededor. Estoy en una habitación desconocida que está repleta de cruces e imágenes religiosas. Hay tres hombres más aquí, todos con una biblia en las manos al igual que el sacerdote de la iglesia a la que solía asistir antes. Trago saliva y me doy cuenta de todo, aunque desconozco los motivos. Van a exorcizarme.

Twitter: @fuckbizzlefuck
La historia va a irse a un punto ligeramente idiota pero es necesario, gracias por seguir leyendo y votar haciendome saber que están aquí.

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