La tarde con Aaron y Johnny se pasa demasiado rápido. Hemos dedicado una hora entera a jugar boliche, en donde por cierto gané sobresaliendo con mis 115 puntos, entre ellos cinco chuzas, y otra hora más en el billar, en donde no he corrido con la misma suerte. Johnny nos ha ganado.
¡Johnny! Tanto Aaron como yo hemos quedado boquiabiertos cuando ha conseguido meter la bola negra a último minuto.
También Aaron me ha permitido manejar el Charger de nuevo, lo cual me hace completamente feliz. Doy un largo recorrido por Milwaukee a velocidad moderada mientras los tres hablamos, cantamos, nos olvidamos del mundo y los problemas.
Definitivamente no me arrepiento de haber venido. Aaron no ha intentado nada conmigo y se lo agradezco, aunque me pregunto si Johnny no estuviera aquí hubiese sido diferente.
No le doy importancia al pensamiento y conduzco al ritmo de Face, del grupo Zombie Kids.
Mi amigo le sube a todo el volumen y las bocinas retumban potentes y nos hacen vibrar asombrosamente.
El auto se mueve ligeramente por la sacudida de nuestros cuerpos, gritamos emocionados y cuando el semáforo cambia a verde doy un tremendo acelerón que los empuja hacia atrás.
— ¡Woooaaaaaa, qué fuerte! —exclama Aaron riendo.
Cinco minutos más tarde y, gracias a la velocidad que llevo, llegamos rápidamente a casa.
Freno de sopetón sobresaltándolos a los dos, pero al final todos terminamos riendo. Apago el motor y la música también, suelto un suspiro y antes de poder decir algo Johnny se me adelanta:
— ¡Me he divertido mucho, hermano! Pero ahora mismo mi vejiga explotará si no voy al baño. ¡Date una vuelta mañana y salimos otra vez!
Abre la puerta del auto y los dos soltamos una risotada cuando lo vemos correr hacia la puerta y adentrarse en la casa. Cuando nuestras carcajadas se calman quito la llave y se la entrego a Aaron, pero cuando nuestras manos se rozan él sujeta la mía contra la suya y me observa directamente a los ojos. Trago saliva.
— ¿Tú también quieres que vuelva a venir? —pregunta pasivamente, pero cada vez siento sus ojos verdes más intensos.
Espero, espero y vuelvo a esperar antes de responder. Noto que su pasividad se convierte en impaciencia.
—Sí. Sí me gustaría. —finalmente digo y noto sus ojos brillar. Está contento. Más que contento—. ¿Cuándo vuelves a Tennessee?
—No lo sé. Ya ha pasado una semana desde que llegué y se supone que debería de haberme ido hoy, pero… —piensa, pero en ningún momento suelta mi mano. La mantiene sujetada contra la suya cálidamente—. Sé cómo lo estás pasando con lo de tu padre y por eso decidí quedarme más tiempo, aunque me hayas rechazado cuando te he invitado a salir antes.
Sonríe cuando lo dice, pero yo no. Es cierto. Lo he rechazado continuamente desde que llegó, ésta es la segunda ocasión que salimos. No me aplaudo por ello.
—Perdón. —susurro—. Estoy muy afectada y no quería ver a nadie, no la llevo contra ti. Espero que no me odies por mi actitud.
Y, sorprendiéndome de mí misma, me olvido de todo y me inclino hacia su rostro. Planto un suave beso en su comisura, dejándolo atónito. Cuando me aparto él tiene los labios entreabiertos y la mirada confundida. Entonces reacciono de lo que he hecho y me muero de vergüenza.
Siento que me ruborizo entera pero gracias a la oscuridad de la noche y el auto no puede notar bien mi color. Suelto inconscientemente su mano y abandono su mirada.