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Desperté con un dolor de cabeza horrible, como si hubiese tenido la mejor farra de mi vida. Después de ese mensaje en el teléfono, que aún no tengo idea de quien es y me da un no se qué devolver la llamada («Quizás sea un psicópata de esos que te matan con un hacha, descuartizan y esconden tu cadáver en un río» Terminé por reflexionar anoche, aunque claramente me reí de mi estupidez.) Dormí pésimo, creo que aún tengo el sueño cambiado por las diferencias de horas con Inglaterra y eso me está afectando, podría dormir todo un día pero mi conciencia de estudiante universitaria me mata. Volver a Cambridge con una mala calificación sería darle en el gusto a ese grisáceo teñido que, ni de joda, voy a tolerar. 

Desde las nueve de la mañana el móvil no dejaba de sonar. Ni si quiera me limité a revisar de quien se trataba, simplemente dejaba que siguiera sus molestos ruidos hasta que finalizara la llamada. 

«No tengo ánimos de sociabilizar.» Pensaba cada vez que escuchaba el tono del móvil seguido de la molesta vibración zig-zag. Al rededor de las diez decidí esconder mi cabeza debajo de la almohada, envolviéndome entre las frazadas como si fuese el relleno de un hosomaki.

 «¡Cuanto extraño la comida de Japón!»

Después de eso no dejaba de dar vueltas en la cama tratando de ignorar las bulliciosas voces de los pasillos («¿Crees que el profesor de ingeniería nos regañe por el informe?» «¡Oye, Thomas, ni si quiera intentes registrar mi despensa!» «Supe que hay una chica nueva en la 304 ¿Esta buena?» «Maldición, no tengo nada para desayunar ¿Puedes compartir tus cereales conmigo?» «¿Has visto a la rubia? ¡Me tiene cansada con su música pop a todo volumen por las noches!») Luego de cada conversación, el ruido de las escaleras. 

Ladeé mi cabeza y contemplé la ventana, que aún estaba cubierta por las rosas cortinas que eran la única decoración de la desnuda habitación. Estiré mi brazo para correrlas y que la luz del sol comience a penetrar de a poco en la fría alcoba. 

«Edificios, sólo edificios grises, altos y oscuros.» 

A veces, por un milisegundo, olvido que estoy en Nueva York. Cerré los ojos y traté abstraer mi mente de aquel lugar, pensé en los verdosos pastos que rodeaban mi habitación allá al otro lado del Atlántico, esa arquitectura gótica y residuos de las estructuras anglosajonas; el río Cam junto al olor a madera centenaria del Mathematical Bridge; el neoclásico estilo del Museo Fitzwilliam y, por último, mi lugar favorito, las dieseis hectáreas del Jardín Botánico de la Universidad, donde pasaba horas  impregnada levemente de los olores de la suave lavanda, cegada por el rojo nácar de los tulipanes que contorneaban mi pálida piel y la suave brisa, delicada y cálida que acariciaba mi rostro cuando mi espalda reposaba en los sedosos pastos como un perfecto colchón de plumas mientras leía una buena novela romántica o estudiaba las incontables leyes de la Nación.

[FANFIC - NARUHINA] REGLASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora