[HISTORIA GANADORA CATEGORÍA FANFIC EN LOS CRAZY WRITER AWARDS 2018]
"Desde el día que te conocí rompiste las reglas, Hinata. Aquellas que regían mi vida. Rompiste mi mundo y lo volviste armar al son de tu corazón"
Uzumaki Naruto es un joven y excén...
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No fue tan difícil llegar a la residencia de estudiantes, al menos no tanto. Nueva York es un caos, no es la ciudad que nunca duerme ni la Gran Manzana, es la ciudad del caos. Una ciudad en que todo el mundo camina como si fuese el último día de su vida y en que no hay mucho tiempo para conversar con un desconocido y darle una dirección u orientación, al parecer.
Como sea, estaba aquí, en la residencia y... para variar, tampoco sabía donde estaba mi habitación.
Habitación 304.
¿¡Qué tan difícil puede ser encontrar una habitación en una casa de cinco pisos!?
Pero lo es, el lugar es enorme, con cinco pisos y quince habitaciones en cada uno. Lo único que tengo claro es que la mía está en el tercero y lo bueno es que no tendré que acarriar la enorme maleta hasta el quinto o volvería a caerme de la escalera como pasó en el segundo piso.
Hay algunos sujetos afuera de sus habitaciones, conversando o leyendo. No quiero hablar con ninguno de ellos, paso de largo pidiendo permiso para no arrollar sus pies. Sin embargo, uno de ellos se levanta. Camino rápido para evitarlo; Creo que ya me estoy adaptando a la ciudad.
—¿Estas perdida preciosa? —escucho una ronca y tozuda voz a mis espaldas.
Pensé que era uno de los que estaban en el pasillo. Pero no, cuando volteo me percato que es peor de lo que pensé.
Boqueo.
Siento mi rostro arder.
Miro el techo, desconcertada.
¿¡Estaba desnudo!? Di-digo no desnudo pero... ¿¡En calzoncillos!? ¿¡En el pasillo de la casa!? ¿¡Acaso no le da vergüenza!?
Bajé la mirada fugazmente, evitando ver más abajo de su cuello. Era de tez pálida, con ojos grisáceos y de cabellos amarillo oro, recogido de forma acentuada y dejando caer un mechón que le cubría la mitad del rostro. No debía hacerlo, pero bajé la mirada igual. Me llama la atención ese feo tatuaje en uno de sus pectorales. Sigo bajando y me sorprende lo marcado que está su torso, sus prominentes oblicuos y aquel six pack con el que perfectamente podría refregar mi ropa en él.
Sin poder hablar, asiento con la cabeza.
Vuelvo a mirar el cielorraso.
—Mi nombre es Deidara, mucho gusto —Avanza y cuando está a una distancia más que necesaria, me estrecha la mano.
¿¡Qué clase de sujeto tiene tatuajes en sus manos!?
Tal vez estudie artes y le gusta hacer de sí una obra maestra, no los sé.
—Hinata Hyuga.
—¿De dónde eres? ¿De qué estado?
—Ah, no—Y comienzo a tartamudear—, soy de Inglaterra. Bueno, no, en realidad de Japón. Digo, nací en Japón y por...—vacilo—, por asuntos personales me he mudado a Inglaterra y ahora gané una beca para... para, bueno, aquí estoy, da igual.