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El momento había llegado, eran exactamente las seis de la mañana en New York, mientras Ray y Frank bajaban del avión.

—Ray, tengo mucho sueño — se quejó Frank.

—Era el único vuelo que podíamos tomar... además deberías estar feliz, volverás a ver a tu madre.

—Eso sí.

Al salir del aeropuerto tomaron un taxi, que los conduciría directamente a la casa que su madre había comprado con el paso de los años.

Estaban unas calles cerca de la casa, todo se veía distinto, el aire se sentía diferente. El taxi se estación frente a una casa, no era grande, pero tampoco era pequeña, de dos pisos y un césped verde.

—¿Llegamos? — preguntó Frank.

—Eso creo.

Ambos bajaron del automóvil, con sus maletas en manos caminaron hasta la puerta y Ray fue quien se encargó de tocar el timbre.
Unos segundos después, una mujer rubia con una amplia sonrisa marcada en el ristre abrió la puerta.

—Frankie...

—¡Mamá! — Frank se lanzó a los brazos de su madre.

Compartieron un fuerte abrazo por varios minutos, mientras Ray sentía que podía morir por la ternura que eso le causaba.

—Mamá — Frank se separó de Linda —. Él es mi amigo, Ray.

—Es un gusto — este último extendió su mano para saludar a la mamá de Frank.

—El gusto es mío — le dijo correspondiendo al saludo con una sonrisa —. Pero mejor entremos, hay una sorpresa para Frank.

—¿Para mí?

—Sí, pero debemos entrar.

Los tres entraron a la casa, Frank caminó hasta la sala y fue ahí donde descubrió la gran sorpresa.

—¡Frank!

Un muchacho rubio y una linda pelinegra saltaron a abrazar a Frank como si su vida dependiera de ello.

—¡Patrick! ¡Jamia! — Frank quedó en medio de ambos.

—Te extrañamos tanto — Jamia se separó de sus amigos —. Mira como estás, definitivamente ya no eres el pequeño niño que conocí hace años.

—Tú tampoco lo eres...

—Aún eres el enano sabelotodo, pero te ves bien — le dijo Patrick sonriendo.

—¿Y tú qué? ¿Aún haces teorías conspirativas? — se burló Frank.

—Cállate.

Los tres amigos se sentaron en el enorme sofá, la madre de Frank se unió a ellos junto con Ray.

Pasaron un buen rato hablando sobre todo lo que había pasado en estos años. Frank les contó sobre la estructura de Oxford, sobre sus salidas a la ciudad de Londres.

—La cena está lista — anunció Linda desde la cocina.

Los cuatro caminaron hasta la mesa y después de sentarse continuaron hablando.

—Desinfecte los vegetales, no tiene carne y todo con aceite de oliva — dijo Linda pasándole un plato a su hijo.

—Tu madre aún recuerda como te gusta la comida — mencionó Jamia.

—Eso es algo bueno ya que pasaré mucho tiempo aquí.

—¿Cómo cuanto tiempo? — preguntó Patrick.

—Digamos que el resto de mi vida... a no ser que gane el Premio Nobel y me mude, o que establezca una nueva sociedad en Marte.

—Entonces tendremos que soportarte por mucho tiempo más.

Todos rieron y continuaron con su cena. Frank por fin podía sentirse en casa, al fin estaba compartiendo una cena con su familia, después de mucho tiempo.

Esa noche Ray se quedó a dormir en la casa de la señora Iero, al día siguiente se encargaría de buscar un departamento.

Mientras el silencio y la oscuridad abundaba en aquella casa, un Frank con un espantoso insomnio caminaba por toda la sala.

—¿Frank? ¿Qué haces aquí? — su madre apareció entre la oscuridad.

—Nada, es solo que no puedo dormir.

—¿Pasa algo?

—Tal vez... debo preguntarte algo.

—Dime.

—¿Por qué te quieres casar?

—Es algo que no podría explicártelo, simplemente creo que llegó el momento en el que quiero compartir mi vida con otra persona.

—Pero, estoy yo. Puedes compartir tu vida conmigo — le dijo Frank sentándose en uno de los sofás.

—Es diferente, cariño — ella se sentó al lado de su hijo para luego acariciar el cabello del menor —. Además tú muy pronto querrás irte y hacer tu propia vida, yo no podré estar contigo siempre.

—Pero, no. Yo no quiero irme.

—Si quieres... te conozco muy bien y sé que dices todo esto porque de alguna forma te gustaría volver el tiempo. Te gustaría volver a ser un niño y que yo cuide de ti, pero debes entender que ahora eres ya casi un adulto.

—Ray dice que aún soy un adolescente...

—Lo eres, pero...

—Un adolescente aburrido.

—Como sea, pasaste todo este tiempo viviendo de forma independiente, y sé que perdiste gran parte de tu niñes encerrado en tu habitación con libros de física, pero eso era lo que a ti te gustaba hacer. Ahora las cosas cambiaron, conocí a una persona maravillosa que hacía que no me sintiera tan sola cuando tú te fuiste.

—¿Te sentías sola?

—¿Tu que crees?

—Eh... ¿sí?

—Sí — se rió —. Definitivamente esto no es tu fuerte.

—Lo sé.

—Dicelo a cada persona que conozcas.

Frank  escondió su rostro en los hombros de su madre, así hasta quedar dormido.

Al día siguiente debía buscar trabajo, y lo más importante, conocer al futuro esposo de su madre. Le resultaba más fácil  buscar un trabajo, no sólo por su experiencia en el amplio campo de la física, sino porque hace meses le habían ofrecido uno en una universidad muy prestigiosa de New York. Pero hasta entonces no tenía motivos para aceptarlo.

Dejó su currículo y tuvo una pequeña “entrevista” que no era necesaria ya que ellos habían solicitado su presencia desde un principio.

Se encargaron de decirle que era un gran honor que alguien como Frank vaya a trabajar con ellos, eso era algo que a Frank le encantaba escuchar.

En la tarde llamó a Ray para pedirle que le acompañe a la cena con su madre, su amigo le dijo que no, porque aseguró que era un asunto de familia.

Al llegar a su casa escuchó risas provenientes de la cocina.

Al entrar por completo por fin pudo ver a aquél hombre.

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O me muero

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Polimatía [Frerard]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora