XXVI

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—Frankie...

Escuchaba que una voz lo llamaba, con la intensión de despertarlo. Había dormido bastante bien la noche anterior que ahora no tenía ganas de despertar.

—¿Gerard?... ¿Qué haces aquí? — cuestionó Frank al ver al pelirrojo sentado en el borde de la cama —. Y no me llames Frankie, solo mi madre tiene derecho a hacerlo.

—Buena pregunta... es muy difícil dormir en paz cuando sé que tú estas a solo unos metros de mi habitación. Y ya no sé, de verdad no sé, como hacerte entender que en serio me gustas.

—Vaya...

—¿Eso es todo?... ¡quiero que entiendas que me gustas, Frank! — replicó en forma de berrinche.

—Lo entiendo... pero no pienso hacer nada al respecto — respondió incorporándose.

—Está bien, ya sé que no te interesa... ¿qué debo hacer para que tú sientas lo mismo por mí?

—Si no haces nada, tal vez podría sentir simpatía.

—No, pero haré algo al respecto.

—¿A que te refieres? — preguntó al mismo tiempo que se frotaba los ojos.

—Solo te digo que no podrás quitarme de encima, Frank Iero.

—¿Cómo podría quitarte de encima mío? Ni siquiera estás sobre mí.

—Claro que no... sería afortunado si estuviera sobre ti.

—¿O sea cómo?

—Olvídalo — de un salto bajó de la cama y salió de la habitación.

Frank no podía estar más confundido, y esa sensación se apodero nuevamente de él, ese caos dentro de su estómago, esas sonrisas involuntarias, esa corriente por todo su cuerpo. No podía entenderlo, ni hacer que se detuviera, era por eso que le molestaba, no le gustaba sentirse así.

Y algo peor era que no podía sacar a Gerard de su mente, no podía evitar pensar en él.

Eludiendo todos esos pensamientos, se encaminó rápidamente al baño. Al terminar de arreglarse bajó a la sala, para luego salir a la universidad. No sin antes despedirse de su madre.

Como cualquier otro día se encerró en su oficina, con el marcador en mano y la pizarra frente a él, en ocasiones volteaba a ver su computadora, en otras al libro que estaba en su escritorio. Siempre le habían dicho que no existía mejor compañía que la música, y hasta ahora no se había puesto a cuestionar eso. Era cierto, no había nada mejor para acompañar su trabajo que el disco de algunas de sus bandas favoritas reproduciéndose.

Llegó la hora del almuerzo, decidió ir a la cafetería de la universidad, de todos modos no tenía opción. Con su bandeja se sentó en una mesa.

—Hola Frank... — el pelirrojo nuevamente, se sentó en una silla del otro lado de la mesa.

—¿Otra vez tú? Se supone que estudias artes, del otro lado de la universidad — dijo fastidiado.

—Lo sé, pero me dije a mi mismo; hey, ¿por qué no vamos a visitar a Frank? Y bueno aquí estoy.

—Está bien, pero por favor no te sientes aquí. Haces que me sienta incómodo.

—No, vine para estar contigo.

—¿Por qué no vas a pintar algunos cuadros y me dejas en paz?

—Lo siento, hoy no... ya te dije que haré cualquier cosa por ti.

—Podrías dejarme solo.

—Todo menos eso.

—¿Por qué quieres estar aquí?

Polimatía [Frerard]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora