1: "San Sebastián"

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—Éste será tu cuarto, pídeles a tus compañeras que te pongan al corriente de los cursos y horario de estudio. — Silvia apresuraba su andar mientras que la despreocupada joven observaba una a una cada figura religiosa que ante su paso se mostraban gloriosas. En cierta manera le parecía sádico o quizás hasta morboso ver las estampas de las trágicas muertes de los padres de aquella religión.

—¿Qué le sucedió a él?— Sin disimular su interés, apuntó con uno de sus dedos el gigantesco cuadro Greco-Romano donde se observaba claramente un hombre semidesnudo quien era atravesado por diversas flechas. Sus ojos abiertos, aterradores, mostraban una mueca de un inaguantable sufrimiento mientras que pequeños querubines batallaban por quitarle una a una la gran variedad de dardos que infestaban su pecho descubierto.

—El— La religiosa hizo una pausa para mostrar su satisfacción, se notaba a la distancia que los temas bíblicos eran la única fuente de alegría en su vida. —es San Sebastián, mártir de Dios, sobrevivió a una lluvia de flechas por aceptar su conversión al cristianismo—Con afecto miraba aquel cuadro, sintiéndose orgullosa de su propio conocimiento, sus hábitos y sus creencias.—Cada habitación tiene un patrón, el suyo será San Sebastián.— Concluyendo, volvió a mirar a la joven que horrorizada no entendía como una tortura podía ser expuesta y admirada a la visión de todos.

—¿Qué piensas sobre él, Amelia?

Dejando que sus pensamientos se filtraran por su boca abierta, ella respondió.—Solamente creo que no es bueno tener un cuadro de un hombre musculoso en un internado de mujeres ,ya sabe, puede perturbar algunas mentes.— Volvió a sonreír, mientras que sus lentes de sol descansaban en el puente de su nariz. La madre superiora hizo oídos sordos ante su comentario y sumergiéndola en un silencio propio del letargo abrió la puerta que a un costado de la pintura se encontraba. Las bisagras chillaron al realizar el trabajo, lentamente ante sus ojos se reveló un pequeño cuarto con cinco camas. Las paredes ajenas a la pintura estaban descascaradas y una sola cruz adornaba dicha sala. Cuando ella volvió la mirada donde se suponía que debía estar la monja ella ya había desaparecido de la escena.

Entró con algo de timidez, en dicho cuarto, sentadas sobre una de las delgadas camas, se encontraban cuatro chicas de la misma edad de ella. Con calma ingresó a la única parcela libre de la diminuta habitación. Las miradas se cruzaron y los saludos fueron obligatorios. —Hola—Murmuró intentando dar una buena primera impresión. Las jóvenes agrupadas rápidamente sonrieron al ver la identidad de su nueva compañera de cuarto.

—¿Eres la chica Von Brooke?— Una de ellas, la más pequeña, cuestionó ansiosa mientras que sus compañeras esperaban la respuesta con expectación.

—Veo que mí fama me persigue—Una sonrisa sincera se dibujó en su boca, Amelia las observó a cada una en detalle. La joven que hablaba era de corta estatura, piel aceitunada y su cabello lizo lustroso mostraba un negro natural que hacía juego con sus ojos igualmente tornasolados. —Soy Amelia— Concluyó mientras que las ahora cinco mujeres se acercaban una a otra, brindándole a la charla algo de intimidad.

—No todos los días llega aquí la hija del gobernador— Recitó con una alegría cantarina. —Yo soy Mónica, ella es Natalia, Carolina y la virgen María— Al escuchar el último nombre no pudo contenerse la risa, entre ellas la joven más alta mostró un enfado divertido para luego empujar a la emisora con un leve movimiento. —¡Oye!—Exclamó.

—¿La virgen María?— Una vez más su carcajada resonó. —Encantada, bueno... ¿Qué suelen hacer?— Amelia se recostó con confianza en la que ella pensaba que sería su cama y, sin tener el más mínimo recaudo, de su bolso extrajo una etiqueta plateada. De ella sacó un delgado cigarrillo y buscando dentro de su blusa un mechero no tardó en prender aquel delicado tabaco. Las jóvenes la miraron sorprendidas.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora