51: "Comunión III"

22.6K 1.9K 1.9K
                                    

Con calma, besó su frente bañándola en el infinito afecto que ella se merecía. Saboreando su perfume y percibiendo como su cuerpo débilmente reaccionaba ante sus caricias.

—¿Ami?

—¿Uhm?

—Quiero tocarte algo, si me lo permites.

Amelia torció una ceja sorprendida ante tal grato milagro que presenciaba. Respondió con un movimiento de cabeza afirmativo, después de todo, parecía que la situación antes vivida en ambos funcionó como un potente afrodisiaco.—Solo ponte un poco más cómodo.

—Claro, espérame un momento. Iré a cerrar con llave, no quiero que nadie nos moleste.

Lo observó levantarse con suma lentitud y soplar un mechón castaño que bailaba por su frente para luego salir de la habitación. Aprovechando el pequeño instante de soledad que tenía para sí misma se limitó a arreglar su vestido, haciendo que sus pechos sean más turgentes y que su falda se levantara sutilmente mostrando una parte de sus piernas.

Él retornó con su clásica melancólica sonrisa cargada por años de silencio, estaba algo afligido, lo notaba por la suave manera en que evitaba su mirada. En algún momento había desabrochado las mangas de su camisa y las elevó hasta sus codos mostrando una pequeña porción de su blanca piel. Sonrió con gusto cuando vio a Tomás sin su característico nerviosismo coital, por fin había logrado dominar su espíritu.

Pasó la mano por su cabello, el cual seguía trenzado en el arduo peinado que Natalia había labrado en su cabeza, con la intención de quitarse el tocado.

—No, no te lo quites, por favor.

Al escucharlo pudo leer claramente sus intenciones nocturnas, haciendo que la velada esté con una clara inclinación a la locura interna que Tomás cargaba en sus momentos de soledad.—Lo que usted diga, señor...

Esperándolo aún recostada en su lecho lo miraba expectante, contemplando como él lentamente se quitaba el alzacuellos y lo depositaba sobre la mesa. Por fin un poco de la ansiada intimidad aparecería borrando a su paso todos sus males. Él con cuidado caminó hasta ella solo para desviarse en el último momento y sacar de un rincón de su cuarto el instrumento que Amelia misma le había regalado.

Abrió las clavijas del estuche y lo contempló unos momentos para luego sacarlo de su ataúd, estirando el pie metálico retirable que tenía en su interior y analizando el arco, notando cada una de sus tensadas fibras amarillentas.

Amelia no entendía que sucedía, transmitiendo esa duda a su rostro, cuestionó.—¿Qué haces?

—Te dije que quería tocarte algo, Ami.

—Oh...— Ella sonrió para sí misma, había cantado victoria demasiado rápido. Tomás siempre sería un alma inmaculada por más que desate en él todas las parafilias del infierno. Resignándose ante su ternura, aceptó la propuesta.—Está bien.

Observó cómo se sentaba y ponía el instrumento en medio de sus piernas, tenía envidia de aquel chelo en cierta manera. Pronto notó como los ojos de su amante se cerraban y con una extraña lentitud empezaba a pasar el arco por las metálicas cuerdas.

Cerró los ojos también, disfrutando aquella sinfonía que solo era para ella. Adormeciéndose con la melodía de su romance y deleitándose con el gran talento que solo Tomás poseía. Aquella canción le era familiar, no tardó en reconocerla para luego abrir los ojos y reír.—Tomy, el jodido Ave María no, por favor.

—¿Por qué no? Es precioso.— El seguía con los ojos cerrados mientras que sus grandes dedos apretaban y soltaban las cuerdas desde la clavija. El ambiente rápidamente se llenó con su canción, haciendo que los sonidos de madera rayada y la agonía sacra de su música sean un deleite.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora