32: "Dolores"

33.6K 2.6K 2.1K
                                    

Corriendo la cortina del confesionario se animó a poner un pie fuera de la privacidad que este le brindaba. Ella ya se había alejado unos prudentes ocho pasos, intentando disipar cualquier sospecha de algún ojo curioso, incriminante, que los mirara.

Señalando un alejado banquillo a la distancia, Amelia le indicó donde sentarse. Tomando lugar en el cruzo sus piernas, invitándolo a sumergirse en una larga charla la cual ambos disfrutaban hasta que el chofer retorne a su búsqueda, para conducirlos a su nuevo destino.

Tomás, con su mirada baja y sus nostálgicos ojos, admiró una vez más el delicado piso que bajo sus pies se encontraba. Mosaicos estratégicamente colocados de color naranja formando gracias a los detalles de su interior, pequeñas figuras geométricas de un color sanguíneo. El olor a incienso continuaba en el aire, pero su alma se encontraba ausente, con un fuerte deseo mental de alejarse de aquel templo. Llegó a su lado y tomó asiento a su diestra, permaneciendo un momento en silencio contemplando la cruz que delante suyo, suspendida a gran altura, mostraba a su salvador juzgándolos.

—¿Qué te sucede?—Amelia volteó y miró su rostro unos momentos, regalándole la amalgama perfecta que era la tormenta eléctrica de su mirada.

—Nada.

—Vamos, dímelo, creo que puedo darme el lujo de decir que te conozco...—Susurrando, ella se acercó un poco más a su brazo, inclinando levemente la cabeza. La intimidad era necesaria.

Tomás suspiró y elevó sus pensamientos al paraíso oscuro que ahora vivía gracias a su musa, aquella que ahora parecía una solemne estatua, incriminándolo con sus ojos.—Me siento un poco extraño Ami... Todo esto, sucede muy rápido.

—Extraño, pero... ¿De qué manera?

—Bueno, en un principio esto era para mi la calma... Algo que ansiaba, estar en una iglesia nueva dejándome sorprender por los exóticos cuadros y el agradable ambiente. Llegaste tú... Y todo el mundo dejó de importar.

—¿Eso es malo?

—No lo sé, pero tengo miedo... Miedo de no poder continuar mi vida sin ti, miedo de perder todo lo que alguna vez fui y dejar de pensar en lo que seré. Temor de perderte y que tu sigas una vida feliz disfrutando tu juventud, pero no me malentiendas, tú estás en todo tu derecho en vivir a tu manera... Solamente me aterroriza esa idea. Aun no entiendo porque me elegiste a mí. ¿Por qué yo?

Amelia de manera tímida tomó su mano mientras que casi con la tonalidad de un secreto, mirando al frente, se animó a hablar.— Tomás, Tomás, Tomás... Eres demasiado raro ¿Lo sabías? Te preocupas mucho y te martirizas a ti mismo. ¿Pensaste alguna vez hacer una sinfonía de tus lamentos? Sería un gran éxito. Pero si quieres una respuesta te la daré.

Ella por un momento se entregó al silencio haciendo que obligadamente cerrase los ojos, él volteó a mirarla esperando que solo una palabra suya bastase para sanarlo.

—Te escucho...

—No es fácil hablar de sentimientos cuando te los privas toda la vida. ¿Sabes? ¿Tú piensas qué yo no tengo miedo? Siempre vivo frustrada por la idea de que algún día tu estés sumergido en tu estúpido misticismo y me digas de manera cruel que no quieres volver a verme. O peor aún... Que te arrepientas de todo lo hermoso que hemos vivido juntos... No quiero ser una tormenta de arena dentro de ese pequeño reloj que tu llamas cabeza, pero si de algo te consuela lo que te voy a decir...Yo...

—¿Si?—

—¡No me presiones!—Respirando nuevamente ella intentaba traducir en palabras cada palpitar apurado que hacía que su pecho salte en repetidas ocasiones.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora