Despertó, contemplando como todo a su alrededor brillaba a causa de la cálida luz matutina que inundaba el salón y colmaba sus sentidos. El aroma floral estaba presente, en un pequeño jarrón de cristal diminutas caléndulas blancas flotaban sobre el agua. Dando una perspectiva romántica a el lugar.
Ecos sensoriales de la noche anterior volvieron a su mente, ella amándolo con calma, mientras lo arrullaba en sus brazos, haciéndolo estremecer contra su pecho. Adormecido con el compás de su corazón, en cada latido pronunciando su nombre.
Se levantó de la elegante cama, buscando sus zapatos que reposaban al costado de la misma. La ventaba estaba abierta, el sol aplacaba cualquier oscuridad mental que en su cabeza la noche anterior se hubiera formado.
"Buenos días, cuando te levantes ven a la cocina"
A.
Sonrió de manera instantánea al reconocer aquella caligrafía. Cada movimiento de la pluma plasmado sobre el papel gritaba en fuertes lamentos de tinta los rasgos de la mujer que amaba. Aquella letra amplia repleta de curvas, clara y hasta quizás grosera a la vista solo podía pertenecer a Amelia.
Ella lo estaba esperando, no debía perder un minuto en aquella residencia ajena para estar a su lado. Con prisa se adentró en el baño, comenzando su rutina diaria de aseo, pronto la soledad los ampararía de nuevo. La oferta era imposible de negar, tenía a su pequeña niña todo el día solo para su disfrute.
La bañera se llenó rápidamente y el agua cubrió su cuerpo desnudo mientras lo resguardaba en la seguridad de la espuma. Un moretón apareció dibujado en su pecho, aquello era un recuerdo de los fuertes labios de su ángel. Bendiciéndolo con su tacto y marcándolo como suyo, una vez más regalándole la perfecta sinfonía sensorial que solo el dolor y el placer pueden formar.
... ... ...
—Y yo le dije "seguramente tanto tiempo sin lamer un falo te debe haber causado abstinencia"—Amelia reía sentada a un costado de la mesa, mientras que un grupo de cinco mujeres la escuchaban alborotadas, conteniendo sus carcajadas.
—Pero parece que no te fue mal, niña, se te ve mucho mejor que cuando te fuiste.— Mencionó una criada sentándose a su lado, bebiendo un poco de café de su taza.
Tomás atravesó el arco sin puerta que separaba la cocina del comedor, un poco tímido observó la postal que frente suyo se dibujaba. Los empleados de aquella vivienda reían al ritmo de las palabras de Amelia mientras todos desayunaban en conjunto. El aire que se respiraba era acogedor, era un hecho que los patriarcas Von Brooke ya no se encontraban.
—Padre, Buen...Buenos días.— La joven mucama al percatarse de su presencia no tardó en ponerse de pie y alejarse de la mesa.
El resto del servicio imitó su acto, dejando a Amelia sola disfrutando de su desayuno.—Oigan, él no es un ogro, tranquilas.
Tomás al escuchar las palabras de Amelia comprendió lo que sucedía. Aquellas personas estaban acostumbradas a seguir las reglas ceremoniales de la alcurnia, disminuyéndose a sí mismas. Privándose de compartir la mesa con un ser que ante sus ojos podría considerarse superior.—Disculpen, no quería interrumpirlos, sigan desayunando por favor.
Temerosos, los empleados volvieron a sentarse, mientras que su joven ángel extendía sus alas con una sonrisa capaz de despertar cualquier parte de su cuerpo aún dormida.
—¿Desea Café, té, leche o algo, Padre?— Cuestionó la joven mucama.
—Si no es mucha molestia té, por favor.—
Amelia volteó a mirarlo por escasos segundos, mientras arrastraba con su mano una de las banquillas que se encontraba a su diestra. —Ven, siéntate.
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Perdóname, Padre (BORRADOR)
Romance1° libro Amelia Von Brooke es la clase de persona que querrías tener de amiga, pero jamás presentársela a tus padres. Vulgar, mal hablada y hasta promiscua, sus progenitores intentarán modificar su conducta enviándola al internado de señoritas "El b...