4: "Santa Rita"

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—¡Qué descansen! —Gritó Mónica a toda aquella joven que pueda acompañarla en su largo recorrido por el pasillo.

El día pactado había llegado y la noche impaciente rugía con fuerza, avecinando la gran tormenta que pronto llegaría. Pequeños rocíos matutinos anunciaron a las chicas que habitaban el cuarto custodiado por San Sebastián que tendrían el apoyo del cielo, los truenos serían el bramar necesario para tapar cualquier ruido que ellas realizaran durante su fechoría. Eran las diez de la noche, horario habitual en que debían retirarse a su dormitorio.

Amelia había encontrado un talento oculto que desconocía de sí misma, era una excelente actriz, los días pasados en los que mantuvo su falsa conducta había tenido un carácter casi ejemplar. Vestía como una dama y se comportaba igual que una doncella, a regaña dientes se despertaba temprano asistiendo de manera religiosa a cada una de sus múltiples clases. Esa noche por fin tendría su preciada carga y, claro, no hay que olvidarlo, con la penumbra llegaría un hombre que la conocía y podría reclamar un poco de su piel. Su madre tenía razón, el no tener a un bobo siguiendo sus pasos alteró un poco su mente. Las hormonas y el encierro no eran buenos para esa adolescente.

—Amelia—Con un tonó de voz calmado, la religiosa mayor se dirigió a la joven Von Brooke, quien mostrando una falsa sonrisa y un simulacro de cansancio, volteó.

—¿Sí, madre superiora?—Respondió ella con voz entrecortada mientras que actuaba una perfecta fatiga.

—Estos días has demostrado un verdadero cambio, te has comportado de manera excelente y se lo comenté al padre Tomás. ¿Te gustaría hacer tu primera comunión? Piénsalo, Amelia...—La ingenua verdaderamente se había creído su puesta de escena, al escucharla ella, presa de su propio drama, respondió con malicia.

—Claro... lo pensaré, hermana Silvia.—Una mueca de satisfacción se tatuó en su rostro mientras que la monja, orgullosa, se limitó a despedirse con un mudo movimiento de cabeza.

Caminó entre las otras somnolientas jóvenes que marchaban a su cuarto, intentaba no levantar sospechas así que, con pasos calmos, llegó a su habitación. Al entrar sus cuatro compañeras voltearon a contemplarla con miedo, para luego disipar sus temores al reconocer el rostro de Von Brooke.

Cerró la puerta tras de sí y se sentó en la cama de manera pesada, sus amigas estaban sumergidas en un silencio nervioso, la vigilia sería toda una tortura para ellas. Se aclaró la garganta e intentó cambiar los ánimos entre aquellas féminas.—Silvi es una verdadera ilusa, se la comió entera. Quiere que haga la primera comunión.—Riendo, buscó dentro de uno de sus zapatos la cajetilla plateada que resguardaba sus preciados cigarros y, sacando desde abajo de su colchón un mechero, empezó a fumar sin prisa.

—Te dije que comía vidrios—Respondió Mónica, extendiendo su mano para que le pasase aquel cilindro de nicotina, Amelia así lo hizo.

—No es mala idea...—Murmuró Carolina.

—¿Qué cosa?

—Que hagas la primera comunión—Cansada, suspiró—Aún puedes ser perdonada, puedes salvarte. Mi mamá dice que la conversión de un arrepentido vale más que toda una vida en la iglesia.

Amelia al escucharla arrugó el ceño, iba a abrir la boca, pero un gesto de negación de parte de Natalia la hizo entrar en razón, haciendo que guardara silencio. No era bueno cuestionar los dogmas y creencias fácilmente refutables de una persona educada a base de un libro de cuentos y temor de un fuego eterno devorando su carne.

El silencio se presentó en la escena, todas las jóvenes desviaban sus miradas la una del otra. Los minutos tenían el peso de una hora y la idea de encontrarse con aquel chico bobo ya casi era ansiada como una necesaria dosis para un adicto. Esas chicas eran distintas y buenas personas, pero les faltaba esa calidez interna propia de la rebeldía. Carecían de aquello que Amelia le sobraba.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora