10: "Divina tentación"

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Amelia daba vueltas en su propia cama mientras tironeaba las sábanas a su paso, enredándola en sus piernas. Su mente tenía resonando los ecos de todo lo que había sucedido aquel día ¿Por qué renunciaría? ¿Realmente sus pequeñas tretas indecentes habían tenido el impacto necesario como para derrumbarlo o había otro motivo oculto detrás del gran enigma que era Tomás en su cabeza?

Sus pensamientos se arremolinaban encima suyo, como intentando que gotas de culpabilidad descendieran sobre ella, impidiéndole concebir un sueño calmo. Buscó consuelo en la mancha de humedad que desde el techo la contemplaba, pero lo único que logró fue sentir una opresión mayor en el pecho que levantaba aún más su vigilia nocturna. Toda la vida ella había sido una criatura de la noche que emprendía su regreso solo cuando el sol aparecía en el firmamento y hoy esas viejas costumbres le estaban pasando factura con un cruento insomnio.

Se imaginó a sí misma sacudiendo su cabello sobre el escenario de alguna oscura discoteca mientras que las palmas acompañaban sus movimientos. Recordó las noches de redención donde, reunidos en comunas, ella y sus amigos pasaban horas contemplando el fuego y disfrutando alguna bebida fría. Facundo buscándola entre las multitudes sacudiendo las llaves de su convertible y sonriéndose con malicia en un cortejo que solo ellos dos entenderían. Demonios, hadas y necesarias charlas de alcoba. Sí que extrañaba cada penumbra de su vida nocturna.

En la oscuridad de su habitación solo se escuchaba la leve respiración de sus compañeras profundamente dormidas. Estiró la mano y, palpando con cuidado la superficie, encontró el pequeño reloj perteneciente a Natalia posicionado de manera estratégica en una de las repisas.

Luego de entrecerrar sus ojos pudo obtener una visión clara, descubrió horrorizada que eran las tres de la mañana. Maldiciendo por sus adentros, sabía perfectamente que esa noche sí que sería lentamente larga.

Luego de contar repetidamente en su cabeza ovejas, pronunciar el alfabeto de derecha a izquierda e intentar sumar de tres en tres todos los números posibles, se dio por vencida. Esa noche un rejuvenecedor sueño no vendría. Luego de serenarse a sí misma frotando sus ojos pensó en ir a la cocina en busca de agua fresca, quizás eso la ayudaría, sentirse saciada, por lo menos en su estómago, calmaría su mente inquieta.

Intentando no provocar ningún ruido, se levantó en medio de la tiniebla tanteando con sus pies las pequeñas pantuflas acolchonadas que velaban por su regreso al alba. Se paró y, logrando tener el sigilo de un gato, se escabulló a la puerta logrando así no dejar ningún testigo de su salida.

Caminar por los pasillos sola era extraño, aunque ningún metro cuadrado de ese internado tenía la longitud necesaria para calmar el histrionismo de sus pasos. Por primera vez se detuvo a mirar en detalle uno a uno los frescos que cuidaban las habitaciones del enjambre de chicas que bajo ese techo vivían. El pijama rosa era una pequeña blusa en conjunto de un pantaloncillo aún más diminuto, ambos infestado de una cantidad innecesaria de moños. Su madre debía haber reído mucho cuando ordenó a sus empleados meterlo a su equipaje, de algo que no se quejaba era de aquella suave tela del que estaba hecho. La seda siempre fue su favorita, dándole un aire inocente y ponzoñosamente femenino que resaltaba a su cuerpo con orgullo.

El enviciado aire que se escabullía por las rendijas oxidadas de las ventanas movían su cabello, el recorrido pronto acabaría, pero la caminata solamente hizo que se despertase aún más. La noche tenía una horrorosa tonalidad naranja debido a los vientos repletos de polvo que cargaba el alba. Inclemente, igual que sus pensamientos, aquellas fuertes ráfagas de aire hacían un sonido casi gutural en los vidrios del convento.

Cuando por fin pudo sacarse de la cabeza la constante seguidilla de ruidos que atemorizantes se alzaban durante la noche una mano tocó su hombro. Juraría que una parte de su alma murió en ese instante, pegó un pequeño salto para apresurarse a dar la vuelta espantada.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora