—¿Qué se cree ese imbécil? —Amelia debatía en su mente, aún colérica, por lo vivido, mientras que sus zapatillas apuradas intentaban llegar a su cuarto.—¡Golpearme! ¡Ni mi padre ha tenido tal descaro! ¡Maldito mojigato!
La prisa estaba presente en sus pisadas, ser encontrada por alguna de las religiosas que compartía techo con ella no era algo que le pareciera grato. Su mente aullaba sin piedad inundando su cabeza con múltiples berrinches, sí tan solo sus pensamientos fueran susurros, podría asegurar que todo el maldito lugar quedaría aturdido a causa de sus exclamaciones. Durante su retirada la decena de mártires que custodiaban su andanza la seguían atentos con sus ojos inmóviles, entre ellos estaba uno en particular que le irritaba más que cualquiera. Ese desgraciado santo que vestía hábitos de sacerdote y que, con mirada serena, la invitaba a recordar a aquel hombre con el cual su noche se había arruinado.
—Maldito resentido—Masticaba con fuerza su odio mientras que sus dientes chillaban por tanta presión.—jodido Facundo—¿Cómo olvidar al joven que corrió como un niño? Dejándola sola, expuesta y vulnerable. No, esto no quedaría así.
Se encontró con la figura de San Sebastián, su cuarto estaba posicionado a la diestra de aquella imagen morbosa. Sin sigilo alguno abrió la puerta, cuando por fin atravesó el portal 4 pares de ojos la miraron atenta.
—¿Qué sucede? —Exclamó Mónica viéndola perturbada, mientras que en su mano sostenía una precaria botella caliente.
Amelia lanzó un suspiro, no debía desquitarse con ellas. En silencio se sentó en su propia cama ganándose la atención de sus compañeras, esperando a que abriese la boca y revelase el motivo de su porte desarreglado.
Ella le quitó el licor de la mano y, cerrando los ojos, hizo un profundo trago. Divisó que su entrada a aquel recinto había arrasado con la felicidad que dentro de esos muros se escondía, por primera vez en su vida sintió que había arruinado una fiesta.—Discutí con Facundo. No creo que lo volvamos a ver, chicas.—Mintió sin descaro, quizás su partida esté cerca, ese jodido cura hablaría con sus padres y todo estaría perdido. No quería contarles.
—Lo siento, Ami... Ya verás que él mismo te llamará.—Natalia se sintió como un ángel protector consolándola, pero un leve golpe por parte de una de sus amigas la sacó de su papel casi maternal.
—Me pareció un idiota de igual manera, puede haber traído las cosas, pero no le quita lo presumido.—María hablaba con un cigarro en su boca intentando no ahogarse con su propio humo.
Amelia sonrió... ¿Cómo podría explicarles a chicas tan puras lo que su mente clamaba a gritos? Un cuerpo al borde de la locura no puede ser descrito con palabras, cientos de imágenes desvergonzadas plagaban su mente como langostas devorando el trigo. De nuevo aparecía ese imbécil en su conciencia, agarrándola de la mano y moviéndola como si de una muñeca se tratara por toda la iglesia. Esa sensación de vulnerabilidad no se lavaría sencillamente, ella no era frágil, ni él mucho menos digno de avasallarla.
—Por eso no salgo con niños.—Replicó Mónica con su espalda recostada en una de las paredes, luchando por ocultar el profundo mareo que aquellas dos pequeñas cervezas tibias le habían provocado.—Piénsalo, todos llorones y cobardes. Un verdadero hombre de mano firme no te haría problemas por estupideces.—Concluyó.
—Ni tampoco nos habría traído las cosas.—Una pequeña risa salió de parte de María mientras que hablaba.
—¡Salud por eso! —De las 5 chicas que allí yacían, 4 chocaron aquellas diminutas botellas en señal de festejo.
—Hablando de eso. ¿Todo llegó bien? —Amelia miró las provisiones que aún seguían desparramadas por doquier buscando alguna falla o desperfecto.
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Perdóname, Padre (BORRADOR)
Romance1° libro Amelia Von Brooke es la clase de persona que querrías tener de amiga, pero jamás presentársela a tus padres. Vulgar, mal hablada y hasta promiscua, sus progenitores intentarán modificar su conducta enviándola al internado de señoritas "El b...