8: "San Lucas II"

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Tres largos días habían pasado en que su mente se arremolinaba de manera drástica sobre su consciencia, provocando estragos en su cuerpo y teniendo como único objetivo dañar su moral. El ayuno, ahora obligatorio, había disipado algunos de sus girones imaginarios, la oración intentaba volver a transformar aquello que alguna vez había sido puro nuevamente a un sacro blanco. Evitaba cruzarla a como diera lugar, ella a el no le interesaba. Eso era claro, pero recordar sus labios susurrantes inyectando morfina en su piel era lo que realmente provocaba desvaríos en su fe.

¿Cómo alguien con un rostro tan angelical podía llamar a la tentación de esa manera? Cuestionaba a sí mismo Tomás contemplando la inmaculada imagen de María que con afecto maternal miraba a Jesús desde la cruz que adornaba su iglesia.

La hora de sus rezos diarios había pasado, imploraba fortaleza para no sucumbir a aquellos actos que su masculinidad le suplicaba. El demonio podía tener formas muy atractivas, pero nunca se imaginó que aquel ser del averno entraría a su iglesia y, batiendo sus pestañas, lograría devastar su alma.

El estar tanto tiempo arrodillado le había confirmado sus miedos. Era frágil, era pequeño... Era humano.... Ningún rezo lo liberaría de su carne y de sus sensaciones.

Con calma recorrió los pálidos pisos de la capilla, el no consumir alimento más que infusiones de extrañas hierbas amargas hizo que su físico languideciera con celeridad. Cuando por fin sintió que su propia ética lo estaba perdonando, los funestos dolores volvieron. Sin prisa, comenzó a sacar uno a uno los pequeños vendajes que cubrían su mano herida, la piel casi se había cicatrizado sobre aquel blanco tejido y eso provocaba que quitar las compresas sea una tortura merecida. Aquella era otra buena manera de expiarse.

Cuando por fin su extremidad había sido liberada de su rustica cura, contempló con horror que aquella suave mano ahora era una amalgama de tonos violáceos y blancos. Eso estaba infectado, lo sabía. Debía curarla con prontitud si quería volver a tocar su preciado instrumento una vez más. Si tan solo pudiera nuevamente hacer surgir de su silencio aquellas viejas sinfonías que tanto extrañaba, seguro su alma estaría perdonada.

Dolía, ardía y sobretodo preocupaba. El crimen había sido grande, pero el castigo era sencillamente descomunal. Dudó unos momentos sobre como debería obrar, pero la única parte sensata de su mente clamó por ayuda. Si no quería caer preso de alguna siniestra enfermedad debería ver a Lucas para que este lo ayudase a aliviar su mal.

El camino hacia la enfermería le había resultado sorprendentemente largo, en aquel trayecto los ojos preocupados de sus alumnas lo contemplaban con lástima. No era un secreto que había entrado en un voto de silencio, pero debía romperlo, esa tarde tendría que interactuar y dar unas cuantas explicaciones necesarias sobre su mano.

—¡Padre Tomás! —Carolina había llegado a él apresurada, su rostro mostraba un poco de temor.

—Hola, Carolina ¿Cómo has estado?—Abrigándose con el poco consuelo que tenía, intentó olvidar su dolor y mantener su amabilidad.

—Todo en orden, padre, pero me preocupa. ¿Cómo se siente? —Cuestionó la joven mientras que sus pequeños ojos marrones lo miraban con gran brillo.

—He estado mejor, pero pronto todo saldrá como Dios así lo quiera—Respondió no sin antes bajar la cabeza en señal de respeto, despidiéndose de manera cordial de aquella joven.

Siguió caminando, las monjas lo saludaban atentas a cualquier necesidad propia que él pudiera transmitir. Por momentos se sintió importante para la comunidad, quizás su anterior fuerza había sido una piedra angular en aquel lugar donde algunas chicas encontraban la paz que tanto clamaba su inmortalidad.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora