La cargó entre sus brazos, sintiendo como ella se fundía en su pecho y lo atravesaba con sus rizos hasta el centro de su corazón. Penetrando en el con la fuerza de un rayo, impactando su alma y bañando sus sentidos con su infinita gracia.
La escuchaba sollozar, extrañaba sus alas y remontarse en vuelo entre las nubes, juró por el cielo y su Dios devolverla a las alturas. Con cuidado pateó la puerta de su despacho, introduciéndose en él con ella aún encima. Quería revivir el brillo de su luciérnaga con desesperación. ¿Qué sería de él sin su lumbre? La puso sobre su cama para luego apartar sus rebeldes cabellos de su mejilla, tocando la trenza que él mismo había labrado en su cabellera.
Apresurado fue a el cuarto de baño y mojó el limpio pañuelo blanco que descansaba en su bolsillo con agua fresca, cristalina, lo estrujó y, olvidando el peso de sus pies, nuevamente se dirigió a ella. Se sentó a su lado y con el cuidado de un relojero empezó a limpiar su rostro con la tela humedecida.
Amelia lo miraba, no como siempre lo había hecho, no era aquella joven altiva y desafiante que destilaba deseo con sus ojos. Era una niña, quizás una infanta con sus rodillas raspadas, buscando el cariño que nunca nadie le había dado. Borró las últimas lágrimas para luego besar su frente y quedársela observando. Dios era demasiado sabio, la pureza de su alma dolida aún continuaba imperdurable escondida detrás de los súbitos destellos que se colaban por sus pestañas. Se recostó a su lado y la atrajo a su pecho, bañándose en su perfume y compartiendo su pesar.
—¿Me amarías si supieras todo de mí?—Su voz era un hilo tensado, quizás demasiado desgarrador para quien solo la haya visto orgullosa en su gloria.
Acarició su cabeza y dejó que ella se arrullara con el latir de su corazón alborotado.—Si tienes algo que quieras confesar creo que soy el adecuado para escucharte.
—Tomás, no empieces con tus cosas aburridas de cura.
—No lo decía como un cura...
—¿Entonces como qué lo decías?
—Como alguien que realmente te ama...
Un resoplido fue llevado a cabo con toda la fuerza de sus pulmones renegridos por el alquitrán y la nicotina.—No estoy orgullosa de las cosas que hice... Menos ahora que te conozco...
—Te escucho...
—Digamos que la vida me privó de muchas cosas que de alguna manera me ingenié para conseguir, pero al final solo me siento vacía... Ya ni las drogas tienen el mismo sabor.
No le importaba lo que cargaba consigo ni cuanta tierra seca tuviera en sus zapatos de viejos caminos surcados. Él era el último capítulo, su final feliz y quizás su nuevo comienzo. No podía encender en rabia por sus celos, estaba en el momento adecuado para depurarla de todos los males que la llenaban y alzarla a la santidad.—¿Soy el primero en algo?
—Ríete o no... Eres la primera persona de la cual me enamoro.
—Entonces déjame ayudarte, Ami—La abrazó con fuerza, sintiendo su fragilidad entre sus manos. Amando cada porción que alcanzaba.
—¿Qué debo hacer?
—Primero liberarte... Dime, ¿Qué fue lo último que consumiste?
—Me ha costado comer un poco, es difícil cuando solo tienes problemas en la cabeza.
—¿Algo ilícito?
Un suspiro salió de su boca abierta, la vio cerrar sus ojos y refunfuñar para ella misma, luego continuando con el hilo de aquella incomoda conversación.—Solo probé un poco de la nieve de Isabella, prometí no volverla a tocar por un tiempo, pero fallé.
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Perdóname, Padre (BORRADOR)
Romance1° libro Amelia Von Brooke es la clase de persona que querrías tener de amiga, pero jamás presentársela a tus padres. Vulgar, mal hablada y hasta promiscua, sus progenitores intentarán modificar su conducta enviándola al internado de señoritas "El b...