Dos de la mañana y aún el suplicio terrenal no terminaba. Tomás se encontraba sentado frente su escritorio firmando uno de los cientos de documentos que tan expectantes lo esperaban en fila sobre la ya antigua madera. Los mares de tinta azul se abalanzaban ante él cómo grandes olas de burocracia, que esperaban la inscripción de su nombre. Succionaban el aire de sus pulmones y hacían que su sangre se vuelva tan oscura como el trazo de la pluma que tanto apretaba en sus manos.
El chelo estaba olvidado en un rincón, llamándolo en silencio desde su ataúd acolchonado, clamando en penumbras porque una vez más ambos se fusionen y sean uno. La música de la noche antes magistral ahora era una horrible camerata de silencio que solo lograba destruir el espíritu y quebrar la moral. Cada vez que otra hoja, ahora limpia, se posaba en sus manos sentía millares de cuchillas afiladas clavarse en su consciencia, metiendo a fuerza la idea de dar por terminada su responsabilidad.
El jugo al ser terminado llamó a una botella de dulce vino a ser descorchada, sobre una de las sillas de madera, elegante, se encontraba su botella y un vaso a medio beber. La ambrosía era un pequeño placer culposo al que tenía derecho después de tanto suplicio administrativo, su sabor era suave y la cosecha añeja.
Tres leves golpes sonaron en su portal, su soledad había sido invadida de manera suspicaz. Refregó sus cansados ojos con la palma de su mano y no sin antes dudar, cuestionó a ese anónimo visitante su procedencia sin abrir la puerta.—¿Quién es?
Un leve silencio trazó el aire, brindando misterio a ese enigma problemático que ahora había colonizado sus dominios.—¿Quién podría golpear tu puerta a las dos de la mañana, Tomás? Ábreme.
El timbre de voz era reconocible, al igual que su acento casi aristocrático. Una débil sonrisa se tatuó en su rostro para luego ser borrada por el ácido de su memoria, había una pila de papeles que aún lo desesperaban. Estaba cansado y seguirle el ritmo a una vigorosa adolescente era algo que esa noche no podría realizar. Abrió la puerta, detrás de ella se encontraba parada su ángel, vestía el mismo pijama rosa infestado de moños el cual bien recordaba. No había maquillaje en sus pálidas mejillas, en sus manos una almohada estaba apresada con fuerza contra su pecho y descalza lucía una sola coleta que evitaba que su cabello formara la bella sincronía de hebras negras que el tanto amaba. Algo andaba mal.
Ella no esperó respuesta y se adentró a su pequeño cuarto. levantó una ceja al ver la botella de vino y agarrándola del cuello la sostuvo contra sus labios e hizo tres grandes tragos.—Beber solo es pecado, me sorprende...— Ella había sonreído, pero no era su clásica mueca desafiante, sus ojos estaban apagados. Aquellas dos bellas pupilas eléctricas esa noche parecían no brillar.
Algo en ella estaba distinto, estaba parado frente a un pequeño fantasma parecía reclamar su alma en tiernas lamentaciones silenciosas.—¿Qué te sucede, Ami?
Ella se recostó en su cama y mirando al vacío contestó. —Nada, no es una buena cosecha, pero me conformo, prefiero los vinos más añejos, treinta años de conserva o más. Dicen que las botellas mejoran con los años, igual que los hombres.—Ella había volteado a mirarlo aun simulando alegría, aquella joven era una desconocida, un reflejo sumergido en grises letanías deprimentes de lo que alguna vez había sido su ángel.
—Ami... No te enojes, tengo mucho trabajo. Por más que quisiera, y créeme que lo único que quiero en ésta vida es estar a tu lado, no podría darte lo que quieres.
—Tomás, no sé qué oscuras cosa estás imaginando, pero no vengo a buscarte por eso. Venía a proponerte un juego, luego tú decides que quieres a cambio.
Definitivamente esa noche quien hablaba no era su Amelia, esa extraña chiquilla, la cual desconocía por completo, una vez más con su belleza de iglesia lo había cautivado. Podría decirle "No" a cualquiera, menos a ella.—¿Qué... Qué quieres que haga?
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Perdóname, Padre (BORRADOR)
Romans1° libro Amelia Von Brooke es la clase de persona que querrías tener de amiga, pero jamás presentársela a tus padres. Vulgar, mal hablada y hasta promiscua, sus progenitores intentarán modificar su conducta enviándola al internado de señoritas "El b...