11: "Santa Rosa"

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<< Siempre hay un momento en que la curiosidad se torna pecado, y el diablo se ha puesto siempre del lado de los sabios.

Anatole France>>

La mañana se alzaba sublime sobre su cabeza, infinidades de tonalidades azules coronaban su cabello castaño con los sutiles rayos del alba. ¿Es normal que el mundo cambie en una sola noche? Podía jurar que los petirrojos clamaban su nombre y plasmaban en cada aleteo de sus plumas la gama perfecta de sus preciosos ojos. ¿Dormir? ¿Cómo era posible que cerrase los ojos si aún no despertaba de su sueño? Amelia seguía allí parada observándolo dentro de sus parpados... Era ella, ella riendo, ella dando vueltas en repetidos círculos bajo la lluvia con el uniforme pegado a su piel, sonriendo, ella tocando el piano solo para él. Era ella... Solamente ella.

Cuando por fin Tomás, aún aturdido por la catarata de emociones que lo presidían dejó de contemplar el amanecer desde el portal exterior de la iglesia, Se dispuso a ir a su cuarto a esperar que el horario normal en que todas las pupilas y las monjas se ponían activas iniciara. En su habitación una horrorosa soledad lo condujo nuevamente a aquella joven que, tan alegre en un retrato imaginario, creaba arpegios con sus manos solo para él.

Con la precisión de quién arma un barco dentro de una botella y se prepara para surcar los mares en el, buscó su propio tesoro personal dentro de sus pertenencias. Allí, recubierta por infinidades de mudas de ropa, se encontraba aquella única caja de madera. Con cuidado la abrió y contempló su contenido para luego seleccionar el vicio necesario para acallar su mal. Sustrajo un pequeño moño rosa que de manera tentativa lo llamaba a olerlo y sentir aún la fresca fragancia de su dueña.

Llevándolo a su rostro, se dejó llevar por la gran ráfaga de emociones, su dulce sinfonía de sentidos clamaba por liberar nuevamente su imaginación. Ese aroma delicado de decenas de flores recién cortada lo cubrió y liberó en él ese pequeño instante de felicidad que tanto necesitaba.

La idea fue clara y, en su mente, se dibujó de manera imperativa una orden que lo empujó a con prisa comenzar a arreglarse. Las camisas negras y los pantalones del mismo color antes habían sido adecuados, pero ¿Ahora? Debía impresionarla, quizás así ambos se añorarían con la misma intensidad. La modestia se mostró ante él avasallante, los bienes materiales nunca habían sido necesarios con anterioridad, pero ahora se sentía escaso. No tenía ningún presente como para entregárselo en forma de tributo por haberle ayudado a superar su momento de oscuridad.—Vaya... Es un poco decepcionante.—Pensó.

Cuando por fin se encontraba aseado y listo para enfrentar el mundo la auto-agresión empezó a brotar de maneras dolorosas por las llagas de su maltrecha alma, quizás recordándole su dura realidad detrás de ese sueño escarlata.—¿Cómo puedes pensar que le llamas realmente la atención?

La tristeza, que antes se mostraba como una telaraña olvidada en algún rincón de su mente, ahora se extendía sobre él comprimiendo su pecho y haciendo que el aire escapara por su nariz, desinflando su ego. Era un masoquista de primera, lo sabía y no hacía falta que nadie se lo remarcara, pero hoy, quizás por lo sucedido, sus propios pensamientos parecían mucho más filosos que nunca. El letargo se hizo presente en cada uno de sus movimientos taciturnos, a paso calmo salió de la iglesia no sin antes voltear a contemplar el piano. Un fresco cadáver memorial descansaba allí, dándole un necesario soplo de vida.

Los pasillos ante serpenteantes ahora eran un pequeño recorrido de tres pasos, la ansiedad aumentaba en cada clic del viejo reloj de madera que sobre San Mateo descansaba, estaba sumamente nervioso. Aquello que su mente le dictaba no era normal, no era sano. Su cabeza gritaba mientras que su piel, aquella piel por donde ella había susurrado, ardía. Algo estaba mal.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora