Llevaba más de treinta largos minutos observándola, aquella caja había logrado causar en su vida los estragos necesarios como para denominarla nefasta, pero... ¿Por qué no podía? Debía deshacerse de ella como prometió ante su infinito amor visualizando a la mujer que amaba. Era lo más sensato, un mal necesario que debía pagar con un gran sacrificio personal.
Se alzó de coraje, aún con sus manos temblantes logró poner todo el contenido de aquella caja en una pequeña bolsa de papel. Allí se encontraba la liga de su cabello, el moño de su pijama y la fotografía en que ambos estaban retratados. El pañuelo marcado con su estela sanguínea lo saludaba mientras que la ropa interior que antes había adornado las caderas de su amada lo invitaba nuevamente a uno de sus fetiches. Ríos de tintas desperdiciados en cartas que nunca llegaron a sus manos... Todo aquello debía marcharse, lo había prometido.
Se sentó en su cama y apretó su frente ¿Por qué costaba tanto? Si ya la tenía a ella por ahora y para siempre... No debía importarle la serie de recuerdos que ahora descansaban en esa bolsa, pero la presión en su pecho aumentaba. Él era un coleccionista de sus propios sentimientos, un eterno admirador del arte que le proporcionaba en silencio los objetos de su amante... Recordó como en su baúl dos últimas evidencias se escondían, a paso lento intentando negar lo que su corazón le clamaba, caminó hacia su equipaje y encontró aquello que lo conducía al punto de quiebre. La fotografía de aquella noche, ella besándolo mientras que tocaba un mechón falsamente azul, se presentaba soberbia entre sus manos. Ella con la estampa de una diosa griega digna de culto lo apresaba con sus labios, la observó con descaro. ¿Cómo una joven tan bella se había fijado en él? Después de todo, sacando el hábito que ahora lo oprimía, él solo era un hombre pobre, demasiado viejo para ella y quizás un mal chiste para quienes lo vieran juntos.
¿De verdad quería deshacerse de los recuerdos del toque de un ángel? No, no quería, pero debía hacerlo. La fotografía acompañó los ecos memoriales que dormían dentro de aquella bolsa, un último objeto faltaba. La valija custodiaba un último tesoro, su agresiva caligrafía rezando su aprecio también debía marcharse.
"Con cariño: A."
Con cariño, con amor, con pasión grabada en su pecho a fuerza de acero rojo calentado a base de fuego... Con necesidad intangible que sacaba el aire y apresaba sus sentidos dentro de su mano. Con una ligera obsesión desmedida por el tierno murmuro de sus pasos llegando a él, saltando a su pecho y adueñándose de todo lo que era suyo con sus labios. Con Amelia.
El valor ya estaba juntado, su dedicatoria ahora también estaba en aquella bolsa. La levantó con cuidado y cargándola se dirigió a la puerta de salida de su despacho, traspasó la iglesia y contempló a la virgen que con rostro afligido comprendía su pena. Se estaba sacrificando por un bien mayor, sus pasos se ralentizaban mientras que una fuerza mística agarraba su mano para que no continuase el camino, debía hacerlo. El portal principal de la iglesia estaba abierto, con sus manos temblantes salió del templo y observó el cielo nocturno tan similar a aquella noche que ella lo había bendecido con sus labios, las afueras del convento siempre eran serenas cuando su cabeza gritaba. El bote de basura estaba cerca, abrió su tapa y estiró la bolsa con sus pertenencias directo a sus fauces. No podía soltarlas, sus venas lo ataban a los objetos que añoraba haciendo que su perdida sea una súbita muerte desangrada. Junto aire una y otra vez, el momento había llegado, sus dedos uno a uno empezaron a abrirse, hasta soltarla... Estaba hecho.
No quería mirar atrás para arrepentirse, solo debía caminar nuevamente a la seguridad de la capilla. Conteniendo la respiración e intentando masticar el nudo que bailaba en su garganta nuevamente corrió ante las figuras religiosas que parecían consolarlo. Cerró la puerta y se sentó en uno de los banquillos de madera. Recostó los codos en sus rodillas y apresó su frente, el aire se escapaba en tiernos suspiros mientras que filosas punzadas tatuaban sus sienes con el dolor de un amor perdido, quería romper en llanto, no entendía por qué. Intentando serenar su mente hizo lo único que sabía que lo calmaría, dibujando una cruz en su pecho y juntando las manos se encomendó al ser superior que seguramente le daría la paz necesitada.
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Perdóname, Padre (BORRADOR)
Romance1° libro Amelia Von Brooke es la clase de persona que querrías tener de amiga, pero jamás presentársela a tus padres. Vulgar, mal hablada y hasta promiscua, sus progenitores intentarán modificar su conducta enviándola al internado de señoritas "El b...