Por fin lo peor había pasado, esos escasos tres días de regímenes de comida acompañados por una resta considerable en las píldoras habían hecho que su sangre volviera a estar limpia de cualquier rastro de vicio. Nuevamente relucía en la noche como la brillante luna, dejando que su espectador anónimo ahora lo observase en toda su gloria.
—Chicas ¿Qué opinan de un día ir a hacer un picnic?—Cuestionó Amelia mientras cargaba un pequeño libro en sus manos, las cinco jóvenes, como si fueran un enjambre comandadas por su abeja reina, prestaban atención a sus palabras.
—Me encantaría, sería divertido.—Respondió Carolina sorprendentemente alegre, todas voltearon a escucharla mientras que en compañía de Natalia se adelantaba con gracia, riendo por alguna extraña razón.
—¿Qué le sucede a Caro?—Mónica no pudo aguantarse la duda, le susurró al oído a su inseparable amiga recién revivida mientras que María seguía a su diestra.
—No lo sé, pero creo que Natalia es la culpable.—Respondió Amelia provocando que el trío riera en voz baja.
—Vamos, ya debe estar la cena servida.— María se colocó en medio de ambas y, sujetándolas del brazo, casi las arrastró hasta el comedor.
Al entrar ya todos estaban sentados en sus respectivos lugares, las alumnas se agrupaban en medio de la sala mientras que las monjas, al igual que grandes halcones viejos, vigilaban sus movimientos entre bocados. Por una fracción de segundo desvió la mirada a donde sabía que él se encontraba. Solitario, como siempre, Tomás sorbía un poco de jugo mientras que perdía su mirada en una de las ventanas cercanas. A pesar de siempre cargar consigo ese aire melancólico, casi bohemio, que tan bien lo caracterizaba juraría que algo en él estaba distinto. Su cabello estaba más brillante que nunca, era como si alguien hubiera puesto un frasco de miel contra la luz del sol y el brillo cayera encima de sus hebras. Tenía unas cuantas canas, no mentiría, pero esos destellos que provocaban aquellos hilos de plata sobre su melena solamente hacían que el contraste sea más soberbio.
Un raro sentimiento había brotado de sus labios y continuaba bajando por su cuerpo para luego detenerse en su cadera. La privación de los placeres carnales, acompañados con el claustro que se veía obligada a llevar en aquel convento, solo hacían que su libido subiera.
Volvió a centrarse en su eje, tratando de ignorar el calor que arrasaba con su vientre. Volteó a sonreírle a sus compañeras mientras que agarraba uno de los platos vacíos de porcelana y se disponía a llenarlo con la sabrosa comida que de manera agradable inundaba el lugar con una fragancia deliciosa. Había recuperado el apetito en conjunto con su vitalidad, todo gracias a los constantes cuidados de sus amigas.
Llenó el plato con alimento y cuando se estiró para tomar una manzana de postre su amiga Mónica le susurró algo solamente audible para sus oídos.—Mira que lindo está hoy.
Amelia volteó el rostro y automáticamente sus ojos se desviaron hasta donde el sacerdote se encontraba, rápidamente le sorprendió aquellas palabras de parte de su compañera.—¿El padre Tomás?
—¡No tonta! ¿A qué clase de loca le parecería atractivo un cura? Hablo de Lucas, me encanta cuando se peina todo el cabello para tras.—Amelia rio al entender que su excitación le jugaba una mala pasada. Volteó a ver al doctor, en efecto se encontraba con su clásica galantería a cuestas, pero no... La belleza exótica del otro hombre que poseía cansados ojos tristes le resultaba más interesante.
—¿Cuándo lo verás?—Cuestionó Amelia en voz baja.
—Esta noche...
—Suerte, espero que te deje cansada.—Al pronunciar esa frase ambas rieron para luego dirigirse cargando su comida a la mesa donde sus compañeras de habitación se encontraban.
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Perdóname, Padre (BORRADOR)
Romance1° libro Amelia Von Brooke es la clase de persona que querrías tener de amiga, pero jamás presentársela a tus padres. Vulgar, mal hablada y hasta promiscua, sus progenitores intentarán modificar su conducta enviándola al internado de señoritas "El b...