35: "Corazón"

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El sol había asomado por la refinada tela que alguna vez había pertenecido a una crisálida, las ventanas pronto se llenaron de la dorada letanía del brillo que cargaba consigo el alba. Hoy deberían retornar nuevamente a ese pequeño espacio en el mundo en que ambos se habían encontrado.

Juan Von Brooke luego de explicarle la importancia de los tapices importados había entregado, por fin, el valioso cheque con una cantidad exorbitante de dinero con carga simbólica a sus manos. El mismo ya se encontraba resguardado en la seguridad de su viejo portafolio. Sus zapatos negros ya estaban lustrados al igual que su cabello, todo rastro existente de aquel divertido azul que alguna vez lo había bendecido, cruelmente había sido arrancado por la tierna caricia del agua.

¿Cómo volver a ser el mismo? ¿Cómo simular impartirle catedra a aquella joven? Actuar aquella bizarra obra donde ella era la doncella frágil y el un noble casto hombre... El solo hecho de revivir en su memoria la cantidad de veces que había suspirado por sus besos y gozado por sus manos solo causaba escalofríos en su cuerpo. Pero, no, claro que no, él jamás se arrepentiría.

La hora de marcharse pronto aparecería, Amelia aún no aparecía por ningún lado. La agenda de ese día sería singularmente apretada, así que no dudó un instante en ir personalmente a despertarla.

Saliendo por aquella habitación prestada de la que pronto se marcharía saludó a su paso al personal de servicio, ellos animados sonreían con cautela y mostraban una actitud relajada con desfachatez. Era bastante claro que los patriarcas Von Brooke aún no habían despertado.

Tres ligeros golpes se llevaron a cabo sobre la caoba de su puerta, no recibió respuesta, animado por la idea de retrasarse decidió entrar a aquel santuario para seguramente contemplar a la última sirena anclada de esta generación.

Ella estaba con su uniforme ya puesto recostada en su cama, sus brazos estaban pegados a su cuerpo en un aire mortuorio digno de cualquier estampa postmorten. Caminó hasta su lado y acarició su frente, ella abrió rápidamente los ojos solo para quedar observando al hombre que tenía ahora sentado en el margen de su cama.

—Hola.—No podía negar una sonrisa al saber que el hecho de un saludo ya era un hábito cotidiano entre ellos, nada la arrancaría de su vida.

—Hola...—Aquella palabra, como un susurro, arrastraba consigo una tristeza oculta, denotando la calma de un barco naufragado dentro de una precaria botella.

Solo un verdadero conocedor del detalle podría reconocer el punto exacto del quiebre de una flor, aquella joven escondía algo entre los destellos de sus ojos. La tristeza de verano se acababa de cobrar una nueva víctima.—¿Qué sucede, ángel?

—Nada...

—Vamos, Amelia, te conozco más de lo que piensas...

—Si tanto me conoces, a ver... Dime, ¿Quién es mi cantante favorito?

Tomás solo debió levantar la vista a las múltiples imágenes que tapizando las paredes se encontraban. En aquellas estampas, un joven castaño compuesto por su pecho desnudo y apretado pantalones de mezquilla se erguía como único santo de ese templo.—Fácil, Jim Morrison.

Amelia comprendió lo estúpida que había sido al realizar esa pregunta, teniendo a su ícono cultural rodeando el sepulcro de su adolescencia.—Bravo, todo un observador.

—Ami... Dímelo. ¿Qué te sucede?

Ella se reincorporó a la realidad levantándose de su lecho, dejando en cada sutil movimiento de su cuerpo dulces ecos melancólicos cubiertos por la sal del mar.—¿No te parece raro? Tener que volver y vivir continuamente una mentira donde tú estás involucrado... A veces creo, y lo digo desde el fondo de mí pecho, que no es lo correcto tener que andar escondiéndonos de todos siempre. Simulando una y otra vez la farsa donde tu solamente eres una buena persona y yo la dulce oveja descarriada a quien ayudas.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora