20: "El lago"

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—Cuando conozcas a papá, verás que es igual a mí. No hará falta que te diga cual es.—Exclamó María sonriente depositando sobre la cama diversos cuadernos, los cuales de manera alborotada formaban un bizarro arcoíris de estampados románticos, variados en diseños, pero igualmente feos en cuanto a gustos.

—Mi madre no podrá venir, vendrá mí tío, él es mucho mejor creo yo. De seguro nos trae un pastel. Cuando era pequeña siempre que me golpeaba el solucionaba cada lastimadura con azúcar.—Natalia se regocijaba ante la imagen de una tierna niñez, alegrándose por el hecho de no tener que ver a su progenitora.

—Yo no sé quién vendrá, supongo que mis padres solamente, con gusto las presentaré a todas.—Murmuró Mónica.

—Mamá vendrá... No quiero verla.—Carolina había teñido la atmósfera en un depresivo azul que todas contemplaron, Natalia rápidamente atrapó su mano con afecto, mientras millares de demonios surcaban su joven mente.

—¿Y tú, Ami? ¿Quién vendrá?

Amelia resopló resignada. —Espero que el sepulturero, diciéndome que ambos murieron atragantados por un gran pene.

—Pero no entiendo ¿Qué tienen de malo?—Cuestionó Mónica.

—Digamos que son solo personas plásticas que viven de las apariencias. Todo a su paso es un gran circo que tiene como único objetivo impresionar a quien los vea.—Suspirando, agregó.—No recuerdo alguna cena familiar sin la necesidad de aparentar ser "la familia feliz" que ellos tanto les gusta mostrar, a pesar de que mi madre salga a escondidas por las noches con su profesor de tenis y mi padre con su secretaria.

Era un hecho, el domingo compartiría estancia con sus padres y con el resto de los progenitores del alumnado. Amelia cerraba los ojos y podía imaginarse el calor de los flashes de las cámaras apuntándola, mientras que su padre la envolvía forzosamente en un abrazo gélido. Ser la hija del gobernador no era fácil, pero más difícil sin duda era ser la hija de un completo extraño. La gran función empezaría una vez más y ella sería la actriz principal, moviendo sus grandes pestañas y simulando ser el resultado de una buena crianza... ¿Crianza? Amelia lo sabía, ella a pesar de llevar su apellido no contaba con ningún recuerdo feliz de su familia.

Una campana retumbó en los pasillos haciendo un claro aviso que todas las colegialas tendrían que agruparse. Amelia seguía sonriendo, nunca dejaría de hacerlo. La vida siempre sería un chiste cruel el cual solamente ella podía comprender.—Vamos a comer, chicas.

Rápidamente una a una de las jóvenes que se encontraban hospedadas en el cuarto de San Sebastián empezaron a abandonar el recinto de su dormitorio. Amelia envolvía su brazo sobre los hombros de Mónica mientras caminaba despreocupada, el día era soleado y eso brindaba una agradable tonalidad sepia a las descascaradas paredes del convento. Podría jurar que ese día, que en secreto era tan especial para ella, se había complotado con el cielo y el aire. Regalándole un dulce aroma a flores de limón a su paso, mientras que sus compañeras, que a pesar de tener completa ignorancia de lo que aquella mañana acontecía, brillaban a su manera como diversas pequeñas estrellas en su firmamento.

El comedor ya estaba repleto como era costumbre, el festín sensorial que ahora tan agradablemente nacía desde las bandejas de acero inoxidable llamaba a cada ser de ese recinto a abrir su apetito. Hacía ya 2 semanas que no vomitaba, para ella todo había sido un calvario, pero podía sentir en su pecho que aquel esfuerzo sobrehumano provocado por la batalla con sus propios males había valido la pena.

De manera sincronizada las 5 chicas llenaron sus platos con abundante comida, el fresco jugo era sorbido mientras intentaban encontrar una mesa libre. Ya ocupando un lugar en el comedor Amelia buscó con sus ojos al único ser con que podía romper todas sus cadenas a través del sudor. Tomás no estaba en la gran sala, un poco de sorpresa brotó de su mirada al saberlo, pero decidió no prestarle más atención.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora