17: "Fragmentados"

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—Cuando mamá venga, por favor, no hablen con ella. Es un poco... Especial, por decirlo de alguna manera. —Carolina mencionaba mientras que sobre la cama diversos cuadernos se desplegaban ante sus ojos.

—Créeme, Caro. No tengo el más mínimo interés de hablar con tu madre.— Respondió Amelia recostada mirando el techo, en busca de redención.

—Tenemos que ir a coro.—Mencionó Natalia con sus ojos apuntado al reloj.

—Vayan ustedes sin mí, no tengo ganas de ver a nadie, necesito un tiempo para estar sola.—Amelia suspiraba mientras se ponía de lado, contemplando la horrible pared dañada por la humedad que se encontraba a la izquierda de su propio lecho.

Natalia, Carolina y Mónica se miraron entre ellas, intentando encontrar consuelo en los ojos de la otra. Su amiga necesitaba un poco de soledad para clamar batalla a aquellos demonios que la atormentaban. En pequeños movimientos, Mónica había agitado la mano en señal de despedida.—Iré a caminar unos momentos, a veces creo que los sentimientos se contagian...

Natalia solo asintió con la cabeza observando como su compañera de cuarto traspasaba el portal principal en busca de tranquilidad, serenidad que ninguna de las ocupantes de la habitación de San Sebastián podía brindar.

Ser Mónica Vásquez no era una aspiración a la que ningún mortal podría codiciar. Tener 18 años y ser prácticamente invisible para el resto por primera vez en su vida le rendía frutos. Nadie notaba su presencia cuando se deslizaba callada y con la mirada gacha por los pasillos desolados del convento. Ella no era bella o rebelde como Amelia, fuerte como Natalia o sencillamente inteligente como Carolina. Solamente se limitaba a ser una masa que ocupaba un designado espacio, existir era lo único que hacía bien. La señorita Vásquez no era la joven más fea de aquella institución, ni tampoco la más agraciada, lo sabía. Su persona se limitaba a ser el ordinario recuerdo de que a veces mantenerse en la neutralidad de la vida no era para nada recordable para sus pares, pero todo eso cambió cuando él apareció.

Como olvidar cuando por primera vez les regaló a sus comunes ojos marrones un destello de su mirada plateada. Cuando caminó a su lado y sin perder el encanto de un ser de revista le habló.—Usted, señorita Vásquez, creo que no puede dormir por otra cosa. ¿Te sientes sola? —¡Por supuesto que se sentía sola! Claro que haría lo que le pidieses solo porque la tratase como algo importante. Desde ese pequeño instante su vida, antes monocromática, había tomado infinidades de colores. Ya no era "la hija de la señora Vásquez" o " la chica que se sienta al fondo del salón". Era su princesa, la única a la que llamaría así.

Era una costumbre que su presencia no se notase, el privilegio de poder caminar por medio del pasillo sin que nadie recordase su rostro era un don que por primera vez podía usar. La enfermería pronto apareció delante de ella dando por concluido el camino que sus pasos tan automáticamente guiados necesitaban recorrer. Golpeo la puerta tres veces sin respuesta, cuando ya, desanimada, sentía que su presencia no era necesaria en aquella habitación repleta de un etílico olor a hospital, el portal blanco lentamente se abrió. —¿Estás sola?

—Sí.

Los ojos Lucas brillaban con la fuerza del acero recién pulido. No podía negarse a caer en el hechizo fluía en su mirada.—Entonces pasa...

Obediente, como lo había sido toda su vida, se adentró en el blanco pulcro lugar para luego sentir como detrás de ella se echaba llave. Eso solo podía significar una cosa, Lucas la quería para él.—¿Qué sucede? Pensaba que solo nos veríamos por las noches.— Mientras hablaba tomó lugar en una de las sillas haciendo un claro movimiento con su mano, indicándole que se sentara en su regazo.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora