3: "Santa Natalia"

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—¡Esto está mal! ¡Si la madre superiora se entera de esto nos expulsarán a todas!—Casi gritando Carolina atónita observaba como Amelia colgaba el teléfono con una maliciosa sonrisa en sus labios.

—Gran cosa.—Natalia agarró el brazo de la sorprendida joven intentando calmarla. El pequeño grupo de chicas luchaba por disimular en sus caras, las cuales ahora mutaban en sacro yeso, que algo grande estaban tramando.

El plan pronto sería llevado a cabo luego de una ardua planificación digna de cualquier logística de inteligencia secreta, aquellas adolescentes habían ideado un plan. Facundo, el galante novio de la señorita Von Brooke, llegaría el domingo a la noche. Cargaría consigo todas aquellas provisiones que Amelia, con prisa, pero con excelente referencia, le fue enumerando; desde cosas tan sencillas como golosinas hasta las más ilícitas que rezaban vicios como el cigarrillo, alcohol y alguna que otra sospechosa píldora anónima. Entraría por la puerta secundaria exterior de la capilla. Solo María y Mónica, quienes ya pasaban su tercer verano en ese horrendo internado, conocían el secreto que habitaba en esos consagrados muros y el horario en el cual este se movía. Todos los sábados a las 9 de la noche las puertas se abrían para recibir la mercadería semanal que daría abasto al comedor y luego aquel portal se mantendría abierto para que los feligreses no tengan que esperar en la intemperie la primera misa dominical. Facundo llegaría a las dos de la mañana en su auto rojo para dejar aquellos curiosos víveres y luego de recibir su recompensa se marcharía con la misma velocidad con la que había llegado.

—Creo que lo principal ahora será no levantar ni la más mínima sospecha.—Amelia caminaba por los pasillos susurrando débilmente mientras que, pegada a sus costados, cada joven mostraba una rigidez cadavérica propia de los nervios de una fechoría.

—Miren quien habla, la señorita salida de un video para adultos.—Respondió Mónica riendo, pero claramente consternada por la idea de ser descubierta.

—Sí, Amelia. Creo que tendrás que modificar tu uniforme un poco.—María apuntó con sus ojos a la blusa atada en el abdomen de la joven, afirmando con la cabeza.

—Odio admitirlo, pero tienen razón. Iré al dormitorio ahora mismo para arreglar eso.—Un poco de inconformidad se veía en el rostro de Amelia, pero era un precio que debía pagar si quería recibir aquella preciada encomienda.

Las jóvenes siguieron caminando por el estrecho pasillo cruzando miradas curiosas con el alumnado femenino. quienes las increpaban a su paso. Todas ignoraron aquella situación, pero, de repente, uno de los cinco pares de pies dejó de hacer sonar sus pequeños zapatos contra el piso. Carolina había detenido la marcha y observaba temblante uno de los rústicos mosaicos del suelo, el aire se escapaba de sus pulmones con dificultad.

—¿Qué sucede?—Preguntó Natalia llegando al lado de su amiga.

—Nos... Nos pillarán, no puedo volver a casa, yo... Yo no puedo.—Entre titubeos Carolina solo pestañeaba con violencia mientras su nerviosismo aumentaba, mostrando el inicio de un cuadro de histeria.

—Caro... No tienes que venir con nosotras, puedes quedarte en el cuarto y si algo sucede nadie dirá que estás involucrada. Si nos atrapan diremos que solo éramos nosotras mal influenciadas por Amelia—Natalia envolvió con uno de sus brazos a la pequeña Carolina entre tanto Von Brooke levantaba una ceja agraciada al saber que no estaba obligando a nadie con la punta de un arma a acompañarla.

—Jamás nadie sospecharía nada malo de la pobre señorita Von Brooke—Murmuró Amelia riendo, pero ésta vez su chiste no había tenido la fuerza necesaria como para generar alguna carcajada.

El silencio por unos momentos reinó, Natalia seguía abrazada a Carolina, pero Mónica con un sutil movimiento hizo que la soltara al ver como una de las monjas más jóvenes se aproximaba a paso calmo.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora