25: "Santa Barbara"

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Abrió los ojos, sus sentidos no tardaron en llenarse de la catarata soberbiar que con gran caudal lo bañaba en su divinura. Ella dormía en su pecho, abrazándolo con fuerza y desparramando su cabello sobre su hombro. Su piel tersa aún manchada con una pequeña ciruela violácea no perdía hermosura. La serenidad, en conjunto con el aroma de lluvia hicieron que el éxtasis matutino sea más prolongado y por demás sublime.

Recordó con gracia la noche anterior, como ella sonreía a pesar de sus heridas corporales y sus huecos memoriales. Atesoró cada momento en lo profundo de su memoria, deseando que su estadía al lado de aquella joven jamás terminara. Sin restarle tiempo a tan maravillosa estampa, besó su frente y, en suaves movimientos, intentando no despertarla, se paró de aquella pequeña cama de hospital. Acarició uno de sus rizos y se encaminó al baño a empezar su rutina diaria.

Su cabello, al igual que la arena del mar, relucía con la fuerza de un ocaso. Mientras que su rostro cansado ahora recuperaba un poco de vitalidad al estar sereno, sabiendo que ella había despertado. Con extremo cuidado lavó su cara y con ayuda de una vieja navaja afilada a base de cuero tensado, afeitó sus mejillas. Continuó cepillando sus dientes para luego dejar su cabello lustroso, ya estaba listo para enfrentar el mundo.

Nuevamente se condujo a su encuentro, Amelia seguía sumida en un calmo sueño mientras que en repetidas ocasiones movía sus pies algo inquieta. Sacó su abrigo del respaldar de la silla para luego colocarlo encima de sus hombros. La lluvia seguiría cayendo por un largo tiempo. Él deducía que sí aquel Dios al que tanto le rezaba existiera, seguramente viviría apresado en una de aquellas gotas que contra la ventana chocaban.

Sonrió nostálgico apreciando la belleza de un alba gris. Juntó sus manos y comenzó a rezar. Agradeciendo todo lo que a merced de una desgracia había acontecido.

La puerta se abrió ligeramente sacándolo de su misticismo, una enfermera mayor enfundada en un holgado ambo blanco irrumpió a la habitación. Al ver al religioso orando se apenó de manera evidente. —Disculpe, padre, no era mi intención interrumpirlo.

—Buenos días, señora, no interrumpe nada, por favor haga lo que tenga que hacer.

La matrona llegó donde su pequeño ángel descansaba y sorprendida la miró un instante. —Veo que ya ha despertado y tuvo el coraje de arrancarse el suero.

—Sí, así lo ha hecho. Por desgracia no pude detenerla, ya era tarde cuando yo llegué.

—¿Ella es su pariente, padre?

Tomás un poco preocupado y consiente que estaba a punto de mentir desvió la mirada de la mujer y volviendo a contemplar la lluviosa mañana respondió.—Sí, es mi sobrina.

—Bueno, eso explica su cuidado. Solo lo he visto subir y bajar las escaleras estos días.— La mujer se agachó frente al rostro de la joven y, hablando en voz alta, intentó sacarla de su profundo sueño.— Niña, despierte, necesito revisarla.

—Señorita, arriba

—¿Uhm?

Amelia somnolienta abrió los ojos y no sin antes apartar el cabello de su rostro se tomó unos minutos para reconocer donde estaba. Observó a Tomás un momento para luego ser sorprendida por la enfermera quien le sonreía demasiado cerca suyo.—Buenos días, niña, tengo que revisarla, por favor suba su playera.

Tomás apartó su visión quedando enfrentado directamente a la pared. Amelia se contenía la risa mientras que obedecía los mandatos de la señora. Ella colocó un estetoscopio en sus oídos y con velocidad apoyó el frío metal sobre el nacimiento de sus senos.—Parece que todo está bien.

—Gracias, sí, aún creo que late. ¿Qué hora es señora?

—7: 30 señorita, ahora mantenga su brazo cerrado.—La enfermera había colocado un termómetro en su boca y una rara banda azul que tenía encima suyo una especie de cronómetro alrededor de su brazo. Mientras observaba ambos con atención, bajó la playera de la adolescente.—Ya puede voltear, padre.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora