26: "Te amo"

40.5K 3K 1.8K
                                    


—Ami, despierta. Ya hemos llegado.

—Ami... Vamos, el chofer está esperando que bajemos.

Amelia abrió sus ojos observando como todo a su alrededor aún seguía sumido en una leve tiniebla, los ocupantes de aquel bus en su mayoría estaban sumergidos en un profundo sueño. Vigilados por la continua luz intermitente colocada estratégicamente en el camino de salida del mismo, brillando con un agradable tono azulino.

Frotó sus ojos y acomodó su cabello, su ropa aún seguía húmeda, pero con un toque de dulzura en la mirada observó cómo su pecho era cobijado de manera cálida por la gran chaqueta negra del hombre que ahora atento la miraba.

En un gesto casi aniñado le sonrió con disimulo mientras que intentaba devolverle dicha prenda.—¿Qué hora es?

Tomás de manera rápida agarró su propio abrigo que tan amablemente le era extendido a sus manos para luego colocarlo arriba de los hombros de esa joven.—Quédatelo, aún están cayendo diminutas gotas y ya te has mojado demasiado. Deben ser las tres de la mañana, vamos, están esperando a que bajemos.

Amelia solo respondió con un leve movimiento de cabeza aún presa de la somnolencia, se puso de pie en secuencias de ritmo lento para luego dirigirse a la salida de aquel transporte nocturno. El chófer, al ver que ambos se dirigían a un inminente descenso, abrió la puerta con la escotilla que escondía al lado del volante.

—Que tengan buenas noches.—Aquel hombre de mediana edad que aún sostenía con sus manos de manera firme el manubrio, le susurró a ambos.

—Igualmente para usted.—Respondió Tomás con su clásica cortesía, dejando en claro que era un ser de una época pasada.

Amelia solo saludo con su mano mientras que bajaba del coche hasta los terrenos del convento, al aterrizar en suelo firme sintió el olor a tierra mojada y flores en brote cubriendo su discernimiento. Por costumbre cerró los ojos, dejando que se llenase todo su ser de aquel aroma natural que ahora disfrutaba.

El sacerdote se arrimó a ella, sintiendo un poco de gracia de ver como su propio gabán negro cubría a la perfección todo el torso de su joven ángel.—Parece que llevas un vestido.—El transporte ya se había alejado, así que pudo hacer lo que su consciencia tanto le clamaba, con cuidado acarició una de las mejillas de Amelia. —Vamos, te mojaras sí seguimos aquí.

Amelia se colocó a su costado y un poco tímida agarró su mano con miedo a resbalarse en el gran lodazal que en el jardín del convento se había formado.—Si me caigo, te vienes conmigo.

Sus pequeños dedos se entrelazaron con los suyos, sintiendo la fragilidad que poseía aquella joven, la suavidad de su piel una vez más lo invitaba de manera cortes a deleitarse con un pequeño toque. Con su mano libre abrió la reja que los separaba del sacro suelo del lugar y con calma, aun dejando que su rostro se bañase en infinidades de diminutas gotas, se adentraron en él.

El camino era corto, pero el embeleso de la estampa que ante ellos se levantaba era imponente. Amelia murmuraba sobre como algunos insectos le desagradaban y otros en cambio llamaban su atención. Decidieron entrar por la iglesia para no despertar a alguien en su incorporación.

Tomás de su bolsillo izquierdo sacó un manojo de llaves y sin soltar la mano de su ángel introdujo la clavija en la cerradura, provocando un leve ruido metálico al girarla.—¿Qué me dices de las mariposas?

—Sus alas son bonitas, pero sus cuerpos... Iugh... Son con cucarachas maquilladas.

La puerta se había abierto frente a ellos, Tomás sostuvo el portal para permitirle el paso a la joven dama. Quién, infestando con sus pisadas oscuras el sagrado mármol de aquel recinto, dejaba una estela de lodo cada vez que afirmaba sus zapatos en el suelo.

Perdóname, Padre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora