Capitulo 36

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Lily

Me quedé tan mal por como acabamos la noche, pero si Sam no me cuenta lo que le ocurrió con su hermana yo no podré ayudarle.

Nunca ha tenido obligación en contarme nada de su pasado, no me interesa si ha sido más malo o menos bueno en el pasado, pero si el momento que le dejó marcado.

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Hoy me tocaba trabajar por la noche pero fui por la mañana para preguntarle a Bruce si podía prestarme su caballo.

Cuando se lo pregunte no hubo problema pero sin inconveniente.

—Tendrás que tener a alguien a tu lado, por que si no has montado nunca, puede ser peligroso.—

—Si, podría llamar a Sam para que me enseñé.—

Miré a la barra al hijo de Rick que no recordaba su nombre y él me miro a mi.

—¿Que haces aquí? Tienes turno por la noche ¿no?—

—Si, pero le pedí un favor a Bruce.—

—Anda, mira, Sebastián es un experto en caballos, el te podría enseñar.—

—¿Que pasa? ¿Quieres aprender a montar caballo?—Me preguntaba Sebastián, en tono chulesco y alzó una ceja.—

—Si, me gustaría.—

Sebastián terminaba de limpiar mirando a Bruce.

—Yo podría enseñarte.—Decía, clavando sus ojos marrones en mi, esperando apoyado en la barra.—

—Gracias.—Dije, e hice una mueca.— Pero mi novio sabe algo también de caballos.—

—Ah, vale.—Se retiraba de la barra mirándome.— Igualmente, tengo un campo de entrenamiento para caballos, si por curiosidad querrías, solo tienes que decírmelo.—

—Gracias por la oferta, otra vez.—

Sebastián miró a Bruce sonriendo de lado.

—Hasta mañana.—

Luego me miro a mí penetrante y se iba.

Fruncia mi ceño por la manera que Sebastián me miraba, pero decidí no tomarle importancia.

Miré a Bruce.

—¿Me podrías dar las llaves?—

—Si, espera.—

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Llegaba a casa emocionada mientras olía a comida, un olor agradable.

Andaba hacia la cocina, Sam estaba terminando de cocinar, parecía estar sirviendo filetes con salsas y patatas fritas.

Sam subía la mirada terminando de servir ambos platos, y me miraba desconcertado.

—Al fin viniste.—

—Si, ya tenía ganas.—

Sam dejaba la sartén sobre la encimera.

Ambos nos acercábamos dándonos un beso en los labios, y luego nos apartabamos.

—¿Tienes hambre?—Preguntó.—

—Por supuesto.—

—Pues siéntate.—Señalaba una de las sillas, luego salió de la cocina.—

—¿A dónde vas?—

No respondió.

Igualmente me sentaba en una de las sillas mirando el plato.

No me presionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora